Cuenta la leyenda que los habitantes de Colonia eran muy perezosos. Vivían bien, y no necesitaban trabajar, porque por las noches un auténtico ejército de duendecillos salía de sus túneles y cuevas y acudía a la ciudad y trabajaba sin descanso curtiendo, amasando, ordeñando, aserrando, cosiendo y limpiando mientras todos dormían. De modo que los ciudadanos sólo tenían que dejar algunos cuencos de leche fresca, y sus pequeños visitantes se ocupaban de todo y les permitían vivir sin trabajar, ociosos y despreocupados.
Hasta que una noche la mujer del sastre, impulsada por la curiosidad, tomó un farol y salió a ver a sus industriosos invasores. Pero a su luz los duendecillos huyeron y no regresaron nunca más, y la gente de Colonia no tuvo más remedio que arremangarse y ponerse a trabajar de nuevo como en el resto de ciudades de Alemania.
La ciudad ha erigido una estatua a la mujer del sastre, y se puede pensar que es por un loable deseo de honrar a quien sacó a los ciudadanos de una situación de pereza y dejadez moral llevándolos de nuevo por el recto camino del trabajo duro pero satisfactorio hecho con las propias manos y a costa del propio sudor.
O se puede pensar, también, que por entonces la ley ya prohibía el trabajo infantil en Colonia, y que una manera de soslayarla era llevar a niños de las poblaciones vecinas para que, por la noche y en secreto, trabajaran en cuadras y talleres, fábricas, campos, obradores y mataderos, dando así mayor prosperidad a una urbe antigua y ya de por sí próspera. Y los habitantes, cómodos con el arreglo, hacían como que no veían, y ya de paso supongo que también harían oídos sordos, hablando quizá a sus hijos de duendecillos y demás, hasta que una mujer, quizá del sastre, quizá no, sacó a la luz la práctica y consiguió incomodar suficientes conciencias para terminar con tan sórdido estímulo económico.
Lo cual hace que la estatua me guste aún más, la verdad.
Pero alguien tenía que exprimir las vacas para la leche de los duendes: Como mínimo habría habido un Colonés (¿Colono?, ¿Colonial?) trabajando.
Ah, cierto: ordeñar.
¿Exprimir las vacas? XDDDD
Yo también he huido vilmente del patronímico, porque en puridad les corresponde llamarse Colonos (la ciudad se llama, en realidad, Colonia Claudia Ara Agrippinensium).
No conocía la leyenda, ni se me hubiera ocurrido un horror como el de los niños explotados cruelmente por sus degenerados padres dedicados a la molicie y al \»dolce fare niente\» mientras sus tiernas criaturas se dejaban las uñas en ímprobos trabajos, impropios de tiernas criaturas de Dios.
Menos mal que eso ocurrió hace cienes y cienes de años, de lo contrario creería que se trataba de la posguerra en España, no por vagancia paterna, sino porque lo que ganaba ca uno no era suficiente para alcanzar a su propio sustento. Y esto no fue leyenda, sino realidad.
No puedes huir del Patronímico! El Patronímico sabe dónde vives (como mínimo en qué ciudad) y tarde o pronto dará contigo
Caray, no se me había ocurrido buscar la verdad detrás de la leyenda… Deja un poco de mal sabor de boca, pero ciertamente la estatua gana más respeto de esta forma.