No sé por qué, pero de vez en cuando me imagino a escritores reunidos en un porche. Son escritores que existeron o no, reales o creados por otros escritores, vivos o muertos. Cambian. Pero el porche es siempre el mismo; os voy a contar un poco cómo lo veo.
En realidad es la terraza trasera de una villa, una terraza con muretes de azulejo, losetas de gres y escalones de terrazo que bajan a un jardín de senderos de tierra apisonada y arriates con palmeras e hirsutas matas de romero y lavanda. Un jardín muy mediterráneo, caliente y aromático, por el que pasea John Watson (M.D.) con aire despistado, descabezando matas de lavanda con el bastón y deseando aflojarse la corbata.
La terraza es grande; está cerrada con paneles de aluminio y cristal como un invernadero feo. Todo tiene un aire decadente; huele a mitad del siglo XX, a expatriados, a tinta y a historias. El mobiliario son muebles de jardín desparejados y viejos sillones de mimbre; Henry Miller, joven e insolente, está siempre despatarrado en uno de ellos, vestido con pantalones cortos y sandalias. Se ha desabrochado la camisa y se espanta moscas zumbonas con una mano. Él y Pursewarden discuten sobre Byron y Prospero’s Cell, con Pursewarden poniéndose cada vez más rojo. En un lado hay un desastrado sofá de skay al que se está quedando pegado poco a poco Charles Dexter Ward, pálido por el calor, escuchando cortésmente las interminables peroratas de Cyrano de Bergerac, que se ha quitado justillo y camisa y bebe vino con gaseosa entre aspavientos. En una mesita de picnic hay platitos con olivas y almendras, y Jessica Fletcher, sentada en una silla de tijera, come albaricoques muy a gusto y bebe sangría mientras habla con Ellery Queen, que le está enseñando un diagrama de algo; el jugo pegajoso de la fruta en la mesa ha atraído unas cuantas avispas que vuelan dando tumbos en el aire caliente de la terraza. Por un umbral, a través de una cortinilla de tiras de plástico verde y blanco, aparecen Jaskier y Percy Bysshe Shelley, criticándose mutuamente y hablando de rimas; Jaskier defiende las sextinas, Shelley el verso blanco. Cyrano los llama y los tres se ponen a cantar canciones de taberna.
En esa terraza los días son siempre interminables y calurosos, la conversación constante y caótica, el aire de vacaciones inescapable. A veces falta un escritor o aparece algún otro, real o ficticio. Pero Henry Miller siempre está allí, despatarrado en el cojín rozado del sillón de mimbre, discutiendo con perfecta displicencia con quien se le pone a tiro y sin echar de menos absolutamente nada.
(Gracias a mi TL de Twitter por poblar la terraza con gente nueva)