Le han dado el Príncipe de Asturias a David Attenborough. Y malegro mucho. Ya dirán cosas malas los que quieran decir cosas malas, si es que hay quien quiera decir cosas malas, pero los documentales de este hombre para mí siempre han estado a la altura de lo mejor que es capaz de ofrecer la televisión. Su serie The Trials of Life me impactó especialmente, porque era mucho más que una sucesión de planos bonitos de animales bonitos. Era un elegante entramado de historias de comportamiento animal, rodadas con pericia y paciencia, que mostraban algunas de las cosas más fascinantes, y a veces crueles, del mundo animal. Su secuencia de una cacería de chimpancés (los chimpancés eran los cazadores, no los cazados) me impresionó especialmente.

Además, David Attenborough es un excelente extintor de tonterías; tiene el don, muy británico, de decir las cosas claras con mucha cortesía, y he visto algunas contundentes intervenciones suyas sobre el creacionismo que me han dejado muy buen sabor de boca. De modo que, a riesgo de repetirme, malegro mucho.

En la parte fea del día, ha muerto David Carradine. Al parecer se ha suicidado tenía maneras algo arriesgadas de pasar el tiempo. Puede. Dicen. Quizá.