Mi vecino verbascum pasa la plancha a la Navidad también, en este caso con instructiva historia sobre el amigo San Nicolás. Y dice:
«También por aquella época descubrió un día [San Nicolás] que su carnicero vendía como cordero la carne de tres niños en salazón a los que resucitó de inmediato en un alarde de desprecio por las necesidades proteínicas de sus conciudadanos.»
Parece ser un milagro popular, porque San Vicente Ferrer, un día que andaba por ahí ocupado en sus cosas, paró en casa de una buena mujer. La señora, hospitalaria ella, fue a ofrecer al santo (que tenía la fama de una estrella de rock de la época) algo de comer, y no encontrando nada a propósito, cogió a su hijo, lo troceó, lo hirvió, y se lo sirvió, es de suponer que convenientemente aderezado. El santo, que probablemente no tuviera tanta hambre después de todo, resucitó de inmediato al infante. La leyenda no nos dice lo que hizo con la madre.
Esta edificante fabulita no pasaría los censores en este país, donde Caperucita Roja fue retirada de escuelas y bibliotecas por el cargo de presentar a una menor en posesión de bebidas alcohólicas (la botellita de vino que Caperucita llevaba para su abuelita). Nada como un catecismo de los de antes para una buena dosis de gore e historias de mucho miedo.
Ah, y respecto al título de esta entrada: «long pig» es el término que diz que se utiliza en tierras antropófagas para designar la carne humana. Muy adecuado al espíritu de estas fechas (bueno, mejor para Pascua, pero vaya…)
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