Son vacas. Bueno, no, vale, exagero, no son vacas. Pero tienen toda la joie de vivre de las vacas, y también mucho de su actitud ante la vida. Y están un poco majaretas.
No es que estén extraordinariamente gordos, pero en su mayoría son gatos de cuerpo corto y macizo y patitas chaparras, de manera que siempre parece que se hayan pasado mucho con las hamburguesas y la pizza y el helado de galletas machacadas. Y así como a los perros no se les ve sueltos aunque se acabe el mundo, los gatos se dan garbeos -cortitos, eso sí- por la vecindad y puedes hacerte amigo de algunos. Hay dos con los que me llevo bien que se pasan de vez en cuando por casa para ronronear un rato. Jamás quieren nada de comer, sólo mimos; están lustrosos y orondos, con el pelaje prieto y suave como la seda, tan amorosito como la mejor alfombra persa.
Lo curioso es lo indecisos que son; se te acercan sin problemas pero pegan unos respingos de impresión si te ven hacer algún movimiento medianamente brusco. Y acto seguido, en lo que debe ser el comportamiento menos adaptativo de la historia de la evolución en este planeta, se tiran al suelo a tus pies y se retuercen hasta quedar patas arriba para que les rasques la tripita, momento que aprovechan para ronronear con toda la energía de una central eléctrica. Claro que nunca sabes cuánto va a durar esto, porque, en el mejor estilo americano, de repente se levantan y se largan, como si no estuvieras allí, como si nunca hubieras estado allí. Y es tanta la seguridad que emana de sus andares felinos y su expresión inocente, que a veces acabas pensando que tienen razón.
Decía Baudelaire que los chinos ven la hora en los ojos de los gatos; pero no hace falta ser chino para ver en este gato la hora de ponerlo a régimen.
Este fenómeno de la obesidad gatuna también es frecuente por estos pagos, especialmente entre los machos adultos castrados. Más que joie de vivre a mí me transmiten un aire de estar jodiditos de la muerte, y creo que se dedican a los placeres de la mesa más bien por sustitución de los otros que por mero vicio.
Por todo ello y en aras de la salud psicológica de tan encantadoras criaturas, propongo una campaña anti-castración gatuna.
No, no, no, queridos. Eso no son gatos. Gatos son los de mi pueblo a los que nadie da de comer y están más listos que el hambre… que tienen. En todo caso, algo de las sobras de la comida de los humanos y las ratillas y pájaros que su habilidad les permite cazar. No han vendido su derecho a la libertad por un plato de lentejas…
Hay gatos y gatos. Algunso gordos y orgullosos hay que respetarles sus distancias, a otros jugetones es preferible mandarlos a Abudabi.
Discrepo. Gatos son todos. Desde mi Balrog, capaz de ponerse mimoso justamente hasta el momento en el que uno, que siempre será un ingenuo, decide que quizá por algún milagro divino se ha amansado de repente y se atreve a acariciarle (en cuyo caso te pega el consiguiente zarpazo) hasta Pumby, una masa de grasa y pelo cuyo peso sobrepasaba ampliamente los límites del «extremadamente obeso» que da la tabla que hay en la consulta del veterinario, y que me demostró una vez que aquella historia de Garfield en la que se quejaba de que al estar tan gordo sus patas no llegaban al suelo podría llegar a ser cierta: cada vez que llueve, el pobre Pumby vuelve a casa con su barriga chorreando agua.
Con hambre o harto de comer (si es que eso es posible), callejero o con (teórico) amo, con pedigrí o con un árbol genealógico más enrevesado que las conspiraciones de una novela gótica, un gato siempre será un gato. Y, como dijo no sé quién, es la demostración irrefutable de que un animal puede ser a «doméstico, pero no por ello domesticado«.
En defensa de los orondos gatos corvallienses debemos reconocer que su lustre los hace poco aptos para la cazuela, al menos en sustitución de esas liebres enjutas y asustadizas que tanta pena me dan. Recuerdo cuando la carnicera del pueblo me decía (debía tener yo 4 años): «mira niño, mira como le quito el jarsey al gato». Ay qué tristeza me da.
¡Larga vida a los gatos!
Por cierto ¿Hay restaurantes chinos en Corvallis?
Golan… Ahora me das miedo… Porque sí, haylos. Muchos.