Cuidando la línea. O el área.Son vacas. Bueno, no, vale, exagero, no son vacas. Pero tienen toda la joie de vivre de las vacas, y también mucho de su actitud ante la vida. Y están un poco majaretas.
No es que estén extraordinariamente gordos, pero en su mayoría son gatos de cuerpo corto y macizo y patitas chaparras, de manera que siempre parece que se hayan pasado mucho con las hamburguesas y la pizza y el helado de galletas machacadas. Y así como a los perros no se les ve sueltos aunque se acabe el mundo, los gatos se dan garbeos -cortitos, eso sí- por la vecindad y puedes hacerte amigo de algunos. Hay dos con los que me llevo bien que se pasan de vez en cuando por casa para ronronear un rato. Jamás quieren nada de comer, sólo mimos; están lustrosos y orondos, con el pelaje prieto y suave como la seda, tan amorosito como la mejor alfombra persa.
Lo curioso es lo indecisos que son; se te acercan sin problemas pero pegan unos respingos de impresión si te ven hacer algún movimiento medianamente brusco. Y acto seguido, en lo que debe ser el comportamiento menos adaptativo de la historia de la evolución en este planeta, se tiran al suelo a tus pies y se retuercen hasta quedar patas arriba para que les rasques la tripita, momento que aprovechan para ronronear con toda la energía de una central eléctrica. Claro que nunca sabes cuánto va a durar esto, porque, en el mejor estilo americano, de repente se levantan y se largan, como si no estuvieras allí, como si nunca hubieras estado allí. Y es tanta la seguridad que emana de sus andares felinos y su expresión inocente, que a veces acabas pensando que tienen razón.