No es, aunque lo parezca, la última moda en pseudomedicina (démosle tiempo, todo llegará). Es una noticia que aparece en la sección de, ejem, noticias de la web de Nature y que me ha entusiasmado por lo evocadora.
Prólogo: me encanta la genética del desarrollo. Me encanta el estudio del desarrollo de los seres vivos. Esto quiere decir que me encanta la mosca del vinagre, Drosophila melanogaster, porque es uno de los bichos sobre cuyo desarrollo más cosas sabemos (los otros son una rana y un gusano).
Algunos quizá habréis visto las bellísimas animaciones del desarrollo del embrión de Drosophila, el baile preciso y delicado de las células a medida que se dividen, se diferencian, se separan en capas. Bajo nombres tan secos como extensión de banda germinal o formación del pliegue cefálico se esconden secretos dirigidos por la ausencia o presencia de ciertos productos génicos. Viendo la perfecta coordinación de baterías de genes siendo activadas en respuesta a determinados estímulos, el mismísimo Napoleón hubiera soltado una lagrimita de orgullo.
No es un estudio fácil: el mecanismo es enormemente complejo, y aunque las técnicas para estudiarlo mejoran cada día, no es tarea trivial desentrañar cómo se llega a una mosca desde una célula. Podemos mirar unos cuantos fotogramas del proceso y entenderlos bastante bien, aunque no al completo. Hemos encontrado sorpresas maravillosas, como los genes HOX. Las preguntas siguen ganando en número a las respuestas; pero vamos obteniendo respuestas.
Y como si lo que hay no fuera bastante para hacerme babear de gozo, llega esta noticia de Nature. Que paso a explicar, no lancen nada al escenario, por favor. Bueno, verduras frescas, si acaso. Para un pisto. Hay que comer bien.
El nombre es Farge: Emmanuel Farge. El lugar, Paguí. Instituto Curie. El material, un embrión de mosca, cuyos estadíos de desarrollo se conocen bastante bien. Farge tuvo una idea curiosa: tomó un embrión de unas 3 horas de edad y aplicó una suave presión. Suavecita. Y encontró que un gen que normalmente sólo se expresa en la zona ventral del embrión empezó a expresarse también en la zona dorsal.
¿Tiene sentido lo que hizo Farge? Sí, lo tiene. No es difícil imaginar -y de hecho es fácil probar- que estímulos físicos pueden influir en el desarrollo de los organismos. La temperatura influye en la determinación del sexo de algunos reptiles, por ejemplo. En plan más casero, y totalmente obvio, apliquemos diferentes torsiones y tensiones por ejemplo al bíceps, y veamos cómo se hace grande y fuerte y molón. Y en plan más sutil, la gravedad determina el gradiente de algunas proteínas en otros embriones, y por tanto qué parte de la célula se va a diferenciar en cabeza y cuál en cola. Y las células, al crecer, aplastan a sus vecinas, ayudando a proporcionar la necesaria diferenciación entre aquí y allí, entre dentro y fuera, entre punta y base, tan crucial para que un organismo sea… bueno, un organismo, y no un montón de células pegadas. Pero, pese a que esto se sabe, a poca gente se le hubiera ocurrido intentar lo que intentó Farge. Y el hecho de que Farge consiguiera expresar un gen fuera de su área normal, sencillamente aplicando un poco de presión, es muy evocador y no poco sugerente: un masajito al embrión y zas, la boca ya no está donde toca. Cambiemos el hígado de sitio. Aquí nos vendría bien otro pulmón…
No, no: no nos dejemos llevar. Estas son ideas bonitas para cuentos de ciencia ficción muy extrema. Pero de momento quedémonos con lo que empezamos a saber, que no es poco ni es trivial: nada actúa en un vacío. Ningún gen está libre de la influencia de los genes de al lado, de las células de al lado, de los apretones, de la gravedad, del sol. Aquí estamos, en un mundo que pesa y que aplasta, que tira, que roza, que gira, que se mueve, que acelera y que pincha. Todo esto no sólo nos modifica, sino que, en cierta manera, nos crea.
Queda por determinar hasta qué punto este tipo de estímulos influye en todo el proceso de desarrollo. Queda por determinar si tendrá alguna utilidad para estudiar el tal proceso. Queda por determinar un montonazo de cosas, como siempre. Pero de momento, Farge apretó una mosca, cambió el patrón de expresión de un gen, y la comunidad científica se ha quedado… ¿atónita? ¿Confusa? ¿Sin palabras? No señor. Pensativa, con un brillo de interés en la mirada, echando mano de la libreta más cercana para tomar notas y diseñar nuevos experimentos (si conceden la beca). Como suele pasar.
¿Nature vs. Nurture? ¡Ja! Estas divisiones las establecemos nosotros. Los genes llevan rato sabiendo dónde viven.
La comunidad científica no; pero yo me he quedado atónito. ¿Una presión ejercida en un punto dado en un determinado instante cambia el resultado final? ¡Caray!
«Y en plan más sutil, la gravedad determina el gradiente de algunas proteínas en otros embriones, y por tanto qué parte de la célula se va a diferenciar en cabeza y cuál en cola.»
¿Y si no hay gravedad (o microgravedad)? ¿En una supuesta estación espacial permanentemente tripulada harían falta zonas con gravedad para que la gestación fuese bien?
Rincewind, ahí está el busilis. No recuerdo exactamente cómo va eso. Creo que algunos de los experimentos para los que llevaron Drosophilas a la ISS fueron para eso, pero no tengo ni idea de su resultado.
Pero no me extrañaría mucho que fuera un factor a tener en cuenta.
¡Bravo Daurmith por sus líneas!
Asombra pensar que todo el «proyecto» de un ser vivo esté codificado en los genes.
Ha merecido la pena esperar estos doce días sin noticias suyas.
Muchas gracias.
Vaya, ¡muchas gracias, Gonzalo! Lo divertido es que el proyecto está codificado, sí… mientras no te manoseen mucho, que si no se lía la cosa. 😉
(Daurmith toma nota de que le controlan la longitud de las ausencias y hace firme y probablemente inútil propósito de enmienda)
Me ha encantado, muy interesante. (También me interesa la gata, que conste 😉
Pues yo me quedo pasmado hasta q alguien me explique por qué ocurre eso exactamente. El mecanismo físico, vamos. …¿gata?, ¿qué gata?
Los mecanismos podrían ser de muchos tipos, pero biológicos, que no físicos (aunque el estímulo sea «físico»). Fácilmente podría ser un «efecto mariposa»: la célula se deforma, el citoesqueleto reacciona, se joroba un gradiente de tal proteína, que degradaba nosecuál otra, que al final terminaba activando tal gen que suprimía a su vez… (me lo estoy inventando, claro).
Lo que me parece más sugerente de este descubrimiento es que la compresión que sufren ciertas células durante el desarrollo normal puede funcionar como una señal para que se activen genes específicos. Sencillo y elegante :o)
Yo también ando emocionada con eso, Quique. En el artículo se menciona que respecto al mecanismo de la activación del gen, ni idea. Estamos ahora todos como el Paleofreak, jugando a rol dentro de la célula a ver si se nos ocurre algo. Yo tiro un d20 y digo que la compresión por un lado altera los receptores las membranas celulares de esas células, que tienen respuestas parecidas a las de las células adultas ante el stress, y activan el gen A y no el B. ¿Pasa cordura? ¡Es el momento de inventar mucho!
Luego es el momento de diseñar los experimentos para poner a prueba las historietas… ahí está el busilis, ahí… Si te dan la beca, claro.