A estas horas siempre se prepara un té. Está oscuro aún, pero no enciende la luz; los tirones de la persiana resuenan en el apartamento en penumbra, cálido aún, con aliento de sueño. Los edificios, fuera, son grises e insustanciales. Las farolas de luces de sodio dibujan la cocina en volúmenes negros y naranjas.
El aire frío le hace respirar con ansia, con prisa, antes de volver al calor quieto de la cocina. Solo se adivinan las formas de los muebles, pero son tantos años en ella. Para qué más. Un anillo azul pálido de llamitas de gas calienta la cazuelita con agua.
Se sienta en la mesita de plástico a esperar. Es un momento antes de que empiece el miedo, un momento tranquilo. Por la ventana entra aire frío, el pasillo exhala aire caliente.
El azúcar está apelmazado. Siempre se le olvida que el médico se lo prohibió. Aún así, pasa un rato golpeándolo con la cucharilla, removiéndolo para soltar los terrones apelmazados. Es otra manera de no pensar en el miedo.
La mañana ha empezado a ser cielo más que penumbra. Se toma el té a sorbos breves, cuidadosos. Mide la cercanía del miedo por el nivel de líquido que queda en la taza.
Se va a despertar pronto. Ha dejado de hacer tantas cosas, pero madrugar no es una de ellas. Sonreir no es una de ellas. Desde que empezó el miedo sonreir es lo primero que ha hecho cada mañana.
Ya no queda té. Le duele el estómago por el miedo pero ya no queda té y se levanta y deja la taza en el fregadero y el miedo le enfría la piel y le afloja los músculos pero va al dormitorio y el aire que huele tanto a él le hace doblarse en dos porque por un momento el miedo le quita el aire.
Y ya se ha despertado porque nunca ha dejado de madrugar y está sonriendo porque nunca ha dejado de sonreir. Y cuando ella se inclina para darle un beso él le acaricia el cuello y el seno y como cada día su mano se detiene y nota el bulto grande, y el otro más pequeño junto a él.
Era médico antes de que su cerebro empezara a desaparecer. Era médico, y podía haberlo olvidado, pero lo recuerda. Cada mañana lo recuerda y pierde la sonrisa. Y ese, ese, es el miedo.
***
N. de la A. ¿Y esto a qué viene? Viene a que existe Divagacionistas y a que por algo hay que empezar. No voy a hacer ningún propósito de momento porque ahora mismo todo es muy incierto. Pero gracias a @Divagacionistas por la idea. A ver si la aprovecho.
ay qué bajona! :/ (pero genial escrito)
Es que el tema es de bajona… ¡Gracias!
Mucho miedo y angustia, a partes iguales…