Se os ha acabado el descanso, que ya he vuelto. Claro que, siendo lunes, el mundo no está para mucho jolgorio. Porque aunque sea lunes prenavideño, sigue siendo lunes, y hasta las bombillitas que orlan puertas y ventanas por doquier parpadean con desgana. Menos mal que por la tarde la capa de nubes ha sido atacada por la escopeta de posta más grande del mundo, con lo que han aparecido varios agujeros en el gris uniforme, y por ellos se ha escurrido una luz densa, concentrada, gloriosa, esa luz limpia y fría de invierno que no calienta pero que lo atraviesa todo como si el mundo fuera de cristal coloreado. Después de un fin de semana plúmbeo y lluvioso, el contraste ha sido de los que hacen época. Dos ardillas color ceniza se perseguían con saña por la calle (las ardillas, vistas de cerca, son muchísimo menos monas de lo que parece), casi mimetizadas contra el asfalto mojado.

Me estoy releyendo «Por no mencionar al perro» a guisa de recompensa por haber sido buena el fin de semana (lo he sido, incrédulos, lo he sido). Luego quizá me relea «Tres hombres en una barca» para seguir dándome el gustazo. Además, Montmorency me cae bien.