Ni por la gramática. Así rezaba, en itálica y negrita, el texto sobre la ventana de comentarios de la encuesta en la que participé el otro día, sin más aliciente que el de una caja de bombones y un décimo de lotería (soy de un desprendío…). En algunas de las secciones se nos pedía que expresáramos algo en nuestras propias palabras, y justo sobre la ventana destinada a tal efecto, aparecía esa frase tranquilizadora: «No se preocupe por la ortografía ni por la gramática».
No me chocó el aviso porque es, ay, bastante común. Los encuestadores no quieren que la preocupación por escribir mal les robe la valiosa contribución del quidam de turno. Tampoco quieren que los sujetos de la encuesta queden atrapados en la trampa de un difícil giro estilístico y la encuesta se malogre por ello, entre lágrimas y maldiciones a las musas que se muestran, oh, esquivas cual corzas en la tupida floresta del lenguaje. Como poco.
Yo no me preocupé, o mejor dicho, me preocupé lo justo, porque un gazapo se le puede colar a cualquiera y porque a veces servidora duda de si hay que escribir cabriolet o cabriolé (seguro que a todos os atormenta la misma duda). De modo que hice un caso relativo al paternal texto. Menos mal que no tuve que escribir cabriolé.
Pero, veréis, he aquí lo que me pica: me pica el hecho de que haya que transigir con una redacción deficiente y una ortografía incorrecta en cuanto se ve necesario recabar por escrito la opinión del común de los mortales. Me pica a la vez la condescendencia del texto, que asume que se van a cometer faltas de ortografía y gramaticales, y su exactitud, porque es una presunción a todas luces bastante correcta. Me pica más, cual pulga, porque si te avisan de que no es problema es porque probablemente a mucha gente todavía le preocupa escribir bien… pero no les sale. Todavía se consideran las faltas de ortografía como un defecto (menos mal), pero se asume que el desmedro es universal y se toma como algo inevitable (menos bien). Se entiende que no se sabe escribir sin faltas, y que tales faltas deben obviarse en pro de la rapidez en la obtención de datos de una encuesta. Todo eso me pica. Parece que me haya caído en una mata de ortigas, porque realmente todo eso es mucho.
Aclaro, por si acaso, que lo que me preocupa no es que se cometan faltas de ortografía: se cometen, porque nadie nace sabiendo, y se corrigen, y ya está; nadie queda maldito por ello hasta la séptima generación. Lo que me fastidia, lo que me fastidió en una encuesta presuntamente dirigida a gente moderna, dinámica, educada y ecológica, o medioambiental, o como se diga, es la abulia indicada por el «no se preocupe». Me gustaría que la gente se preocupara, no por no cometer error alguno, sino por enmendar los cometidos, pero para eso es necesario que sepan que se ha cometido un error. La encuesta no era el lugar adecuado, estoy de acuerdo; pero entonces sobraba el mensaje. Dejen que me preocupe si quiero, leñe. No me conminen, con ese paternalismo atontolinador, a que no preste atención a mis lagunas educativas. Equivocarse es tremendamente útil, porque permite aprender: no anden quitándome el acicate de mejorar a cambio del narcótico de una falsa seguridad.