Esta mañana me he encontrado con Marta, una amiga que también está investigando aquí en Corvallis por el puro placer de hacerlo (ya que todos sabemos que quien quiera puede irse a España a investigar, porque tenemos mucho presupuesto y unos centros bien organizados y sobre todo un tremendo respeto por la investigación, tanto básica como aplicada y sí, mamá, sí, ya me despierto, ya).

La cosa es que Marta andaba un poco preocupada. Ella trabaja en vacunas de ADN para peces (no pregunten), y claro, tiene que criar, y luego infectar, montones de pececillos para investigar la efectividad de la vacuna. Hace poco, un grupo de activistas pro derechos de los animales se pasaron por el recinto donde tiene ella sus tanques con peces, y se enfadaron mucho por el obvio sufrimiento (vamos, digo yo que les habrá parecido obvio, los peces no son precisamente los seres más comunicativos del reino animal) de las criaturas. Van a escribir cartas al rector y cosas así.

Hasta ahí todo bien. Lo que pasa es que en este campus ya ha habido más de un problema porque algunos de estos activistas, más radicales que el resto, no se conforman con escribir cartas al rector; en algunas ocasiones entraron en los laboratorios, mataron a todos los animales, y destruyeron equipo y ordenadores con todos los datos de las investigaciones. Esto ya no está bien, y Marta ha trasladado los peces a otro sitio por si acaso. Hablando con ella, comentábamos que ciertamente no es plato de gusto infectar a unos cuantos cientos de peces, pero si no, ¿cómo carape determinas la eficacia de la vacuna? Se pueden organizar mil tripilijuegos in vitro o in silico (uséase, en el ordenador, en la cosa virtual, vaya), pero no alcanzan ni de lejos ni la eficacia, ni la sencillez ni la elegancia de un experimento directo. Y no te digo lo que cuestan los jueguecitos virtuales.

Todos estos extremistas tienen un credo, como mínimo, curioso. Lo suyo es el «Noli me tangere»: no preguntes, no toques, no te intereses, no tengas curiosidad, no operes sobre el mundo para saber cómo actúa. Es pecado querer comprender cómo funcionan las cosas; lo que no te diga una buena sesión de meditación con cristales de cuarzo no merece la pena saberse. Lo que no esté en los anales de unas cuantas culturas antiguas elegidas un poco por criterio estético, es perverso y dañino. No se puede intervenir, no se puede analizar, no se pueden examinar las partes que componen el todo. No se puede aplicar el método científico.

Y, a la vez, te piden el milagro. Consíguenos este medicamento, esta droga, esta cura. Hazlo a base de modelos de ordenador y pensamiento holístico. Hazlo a la primera, y que sea perfecto. Si lo consigues, tomaré la droga, usaré la cura, pero siempre te reprocharé que sea «artificial». Y si no lo consigues, seas por siempre maldito y sea la ciencia despreciada. Dadme el milagro, pero no toquéis el mundo.