Cosas que pasan; esta semana no es por falta de ideas, es por falta de tiempo para desarrollarlas. Pero a veces basta una frase para plantar la semilla.
Andrés era mi amigo del pueblo, mi amigo de toda la vida. Nos veíamos los veranos y los fines de semana. Y sí, teníamos pandilla: Julio, María, Sebas, Antonio, Lola, Rodri. Pero Andrés y yo éramos inseparables, uña y carne. Yo salía de casa después de desayunar y corría cuesta abajo a casa de Andrés. Era una casa vieja cerca del río, una casa de pueblo con fachada rugosa blanqueada con cal, y ventanas y puertas oscuras de madera cuarteada, erizada de astillas. El interior oscuro olía siempre a humedad y al tufo de las cebollas que se guardaban en un cobertizo adosado. Si hacía buen tiempo salíamos al río a jugar entre los juncos y los chopos. Volvíamos a casa para comer cubiertos de barro maloliente, quemados y con raspaduras. Felices. Si llovía nos quedábamos en casa de Andrés, que era más grande que la mía. Uno de los pisos altos estaba amueblado pero sin usar y pasábamos allí las horas muertas jugando a piratas, al escondite, a gángsters. También nos gustaban las escaleras, tramos largos y empinados con escalones desgastados por el uso que se convertían en un tobogán por el que nos tirábamos, aullando de emoción y con grave peligro de cercenarnos la lengua al rebotar en cada uno de los escalones, las entrañas sacudidas por breves y perfectos terremotos. Volábamos. Jugábamos a poder volar.
Por entonces queríamos tener superpoderes.
Luego crecimos. Andrés hizo FP, abrió un garaje, perdimos contacto. Yo estudié astronomía y luego astrofísica. Me eligieron para participar en un proyecto pionero de la NASA, un experimento sobre adaptación fisiológica en órbitas altas que se mantuvo en secreto por razones que nunca nos explicaron. Éramos cincuenta.
Sobrevivimos diecinueve: ocho hombres, once mujeres. La investigación reveló un fallo accidental de los protocolos de contención y quizá —nunca nos explicaron todo— una reacción catastrófica al fugarse uno de los gases que se usaban para aislar algunas áreas. Caímos. Los que nos salvamos fue gracias a las cápsulas de emergencia, pero Irina cayó sin protección y aun así sobrevivió. Dicen que fue bañada en un subproducto de la reacción catastrófica. Dicen que nos afectó a todos.
Irina sobrevivió, sí: pero no mucho tiempo. Su piel se endureció y se agrietó, sus huesos empezaron a crecer desmesuradamente y a ganar en densidad y solidez. Podían dispararle con un cañón y recogía la bala como si fuera una pelota de béisbol. Murió mientras asentía, cuando el peso del cráneo le partió la columna.
Bryan y Umberto empezaron a hacerse transparentes. Primero fueron sus tejidos musculares y la piel. Los veías caminar por el hospital como esqueletos revestidos de órganos. Quedaron ciegos cuando el proceso afectó a sus retinas. Finalmente no fueron más que unos dientes y uñas y algo de pelo, fantasmas con bolos alimenticios suspendidos en el aire dibujando apenas un estómago y parte de un intestino.
Creemos que Bryan se suicidó; se dejó morir de hambre. Umberto aún está en el Centro: un pijama con bastón blanco y eterna mueca sonriente que intenta aprender Braille.
Solange empezó a empequeñecerse, pero no durante mucho tiempo: el proceso la densificó tanto que sus pulmones colapsaron y murió.
El resto intentamos adaptarnos y poder hacer algo útil con nuestras vidas. Greta, Lakshmi y Karime sufrieron algún tipo de alteración en el metabolismo de su respiración que hizo que la concentración de oxígeno del aire les quemara los pulmones. Sobreviven en un tanque de agua y están entrenándose para adaptarse al entorno marino y llevar a cabo misiones de rescate y recuperación de pecios. Greta al menos no sobrevivirá; su condición es progresiva y pronto la más pequeña cantidad de oxígeno será letal para ella.
Mirko es inmune a las radiaciones. A todas. También está ciego y tiene que tomar suplementos de vitamina D para el raquitismo, pero a pesar de eso tiene planeado un viaje a Fukushima a ver si puede ayudar con el reactor.
Natalia y Marie parecían estar bien hasta que un día Natalia empezó a arder espontáneamente. Marie estaba con ella cuando ocurrió y de repente se recubrió de una armadura parecida al acero, quizá una respuesta instintiva. El material debió formarse por algún tipo de reconfiguración a nivel atómico. La energía liberada acabó con toda el ala sur del Centro, donde también estaban Mohamed, Nuur y Angustias.
Yo empecé a adquirir una fuerza sobrehumana: mis músculos funcionaban todo el tiempo como si estuvieran sobrecargados de adrenalina. Podía levantar sin esfuerzo dos veces mi peso corporal. Tomoe, cuya piel había crecido en colgajos tan grandes que le permitían planear como una ardilla voladora, me pedía que la lanzara al aire y practicaba tirabuzones y aterrizajes suaves. Eso terminó el día en que mi creciente fuerza me rompió el hombro; los médicos me dijeron que mis huesos no habían cambiado y no podían soportar las contracciones de mis músculos. Tengo que tener mucho cuidado con gestos tan sencillos como escribir o incluso toser; aún me duelen las costillas que me rompí el mes pasado. Menos mal que con un teclado táctil me puedo apañar bastante bien para escribir esto, aunque he oído a los médicos decir, cuando creían que no escuchaba, que mi condición también es progresiva. Es posible que un estornudo acabe matándome.
De momento y mientras duremos, los que quedamos estamos entrenando para ser, según el gobierno, «un grupo de acción rápida en situaciones extremas». Incluso hablan de darnos uniformes, nombres clave, cosas así.
Mientras duremos.
¡¡Los superpoderes con consecuencias realistas!! <333333333333333
😀
¿Y mi tocayo será el supervillano? A fin de cuentas, lo tiene facilísimo. Todo lo que necesita hacer es sentarse y tener paciencia.
Muchas gracias por matar mi infancia, estarás contenta 🙂 Pero qué bien pensado todo. Ese \»Murió mientras asentía\» es una genialidad.
¿Y por qué no te vuelves al pueblo y te bañas durante siete noches alternas empezando por fecha impar en la Fuente del Baño? Seguro que se te cura todo y vuelves a ser un ser normal y te casas con tu amigo del pueblo y tenéis hijos y de vez en cuando vais al cine a Valencia y…
Uff! Me has dejado un tanto inquieta. Menos mal que es ficción…o no lo será algún día?