Hermeneuta me ha enviado lo siguiente, y no puedo dejar de publicarlo porque me encantó.

Allanamiento

Nadie, nadie, había de notar a lo que iban. El éxito de su “operación” estribaba, sólo, en la sorpresa. Por eso se habían buscado, por eso se habían comunicado sus secretos de modo que, ahora, los tres eran uno. Cada uno dependía de los otros dos para conseguir su propósito y éste era el más ambicioso que nadie se hubiera planteado nunca.
Así es que, ahora, cuando había llegado el momento de poner en acto su plan, estaban nerviosos como principiantes a pesar de que en innumerables ocasiones habían realizado “trabajitos” iguales a éste.
Uno tras otro, como gatos, habían trepado hasta el balcón. Lo hicieron como lo que eran; auténticos profesionales que sabían lo que había de hacer cada uno de ellos para que los otros no fallaran. El que parecía ser el jefe – era algo mayor que los otros y su pelo era cano – abrió con facilidad la falleba que servía de cierre al balcón y empujó suavemente la puerta. Ni un chirrido delató la maniobra. El segundo penetró en la estancia, un comedor, y en cuanto sus ojos se habituaron a la oscuridad y hubo comprobado que nada estorbaría sus maniobras hizo una seña a sus colegas que entraron prestamente.
Se orientaron con rapidez aunque sabían que las prisas no eran buenas; mientras los otros dos esperaban, el tercero, aprovechando lo oscuro de su piel, se adentró en el pasillo de la vivienda. Varias puertas daban acceso a las habitaciones.
Desde una de ellas salía un rumor como de gente que habla en sueños. Prestó atención acercándose mucho al cristal velado. Algún niño tenía una pesadilla. Habría que acelerar. Volvió sobre sus pasos para advertir a sus cómplices de que podían empezar a actuar.
Cada uno sabía lo que tenía que hacer y cómo y dónde había de hacerlo. Su práctica hacía de terciopelo cada gesto, cada movimiento; precisión de relojes suizos.
Estaban terminando cuando un llanto que salía del cuarto del que antes salió el rumor de una pesadilla infantil alertó a los dueños de la casa. Luces que se encienden, apresuramiento de los padres del niño que, entre sueños escuchan el llanto del hijo. Los tres “gatos” han de echar mano de toda su sangre fría para camuflarse en la sombra más minúscula. Si son descubiertos sabe Dios lo que les puede pasar, pero, sobre todo, el éxito de la operación se vendría abajo y ellos no pueden permitir que eso suceda; sería una catástrofe.
En perfecto orden, acaban el trabajo y, con gran rapidez, retroceden hasta el lugar de su entrada, cierran la puerta del balcón sin un ruido y descienden a la calle. Sin apresurarse, caminan por el centro de la calzada, desierta a esas horas de la madrugada. La casa que acaban de abandonar se ilumina y se escuchan gritos y carreras.
Ellos tres se cogen por los hombros como tres compadres y desaparecen por la esquina. Gaspar, Melchor y Baltasar están contentos porque, una vez más, han llevado a cabo, con éxito, la misión más importante del mundo: repartir ilusión.


Feliz Noche de Reyes.