No, yo no; Valencia. Ayer y anteayer fueron días dedicados al dios Jano. Pos las mañanas la ciudad parecía la salida de ventilación del infierno, con un sol amarillo rabioso que cubría el asfalto con una capa de plata hirviente y rompía la espalda de las palmeras, que parecían agostarse a ojos vistas. El cielo, descolorido por el calor, era un edredón azul y sofocante. Todo el mundo llegaba a lugares con aire acondicionado rebufando y resoplando como búfalos de agua, temiendo el exterior. Parecíamos embarcados en una cinta transportadora hacia un horno.
Y por la tarde, de repente, todo cambia. Llegan unas nubes gris pizarra, hinchadas y tensas como magulladuras. Parece incluso que les duele, y que soplan para aliviar el dolor. Un viento caliente, racheado, de tormenta tropical. Las palmeras se cimbrean con cierto aire despeluchado, la luz se oscurece y se vuelve turbia como el fondo de una charca. Empiezan a caer goterones cálidos y espaciados que pronto se convierten en lluvia rápida, con gotas grandes y frías que se sienten como metal sobre la piel recalentada e hipersensibilizada. Hay truenos en la lejanía que suenan como avalanchas y se acercan a la misma velocidad de las nubes inquietas. Los primeros rayos empiezan a dibujar caracteres de taquigrafía en el cielo, de un blanco tan cegador que se ven de color rosa. Pronto están tan cerca que el intervalo entre rayo y trueno se acorta, ocho segundos, seis, tres, dos, CRAC, tiembla todo con el ruido seco del impacto; las fachadas oscurecidas por el agua devuelven ecos amenazadores mientras los geranios cabecean bajo el impacto de la lluvia. Las calles se llenan riachuelos marrones y grises y la gente corre con esos pasitos cortos y ridículos de los que quieren correr sin que se note. Inútil correr. No voy calzada para eso, las aceras de Valencia tienen tramos resbaladizos, y de todos modos no voy a llegar menos mojada por correr. Así que disfruto del momento.
Entendedme; en Corvallis llovía mucho, pero era eso, lluvia. Esto es una performance. Un espectáculo audiovisual de luz (amarillenta) y color (gris, negro, rosa, blanco, granate). Es una inyección de energía en una ciudad que había pasado la mañana jadeando como un perro.
El día más largo del año no ha sido tal porque oscureció a las siete. Me he perdido la mayor luna (es un decir, ya sé que es un efecto óptico) de las dos últimas décadas. Me he mojado.
Y me da igual.