De tanto ir a ver El Señor de los Anillos se me ha formado un reflejo de aversión hacia Britney Spears. La razón es que el cine donde voy a verla (como quien va a tomarse un café al bar de la esquina los domingos) es de una cadena que no sé si es de Pepsi o son muy amiguitos, porque todo es Pepsi por aquí y Pepsi por allá, y se ve que Britney ha entrado a formar parte del grupo en una especie de triángulo de marketing. Así que antes de empezar la sesión (y todavía hay que ir con tiempo porque si no no pillas buen asiento), te bombardean con anuncios y notitas sobre la vida de Britney, así a secas, en familiar y tuteándonos, porque se ve que somos muy colegas ya. La chica parece que, aparte de vender más discos que Biblias, no ha tenido tiempo (sin duda por su juventud) de hacer gran cosa más, así que los ejecutivos encargados de la pantalla se las ven y se las desean para poner datos que puedan resultar interesantes. O quizá sí lo son y a mí el interés se me escapa. Que Britney (así a secas, en plan coleguita, sabes) haya escrito un libro con su madre a mí me parece de poco alcance en los anales de la historia musical (aunque de indudable interés humano para las susodichas), pero vaya, seguramente habrá gente por ahí a la que los mecanismos de splicing del RNA le importen muy poquito (hay gente así de rara). Como decía James Bond, «vive y deja vivir». ¿O era Drácula?
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