Corre por los blogs el pérfido rumor (punto y coma, guión, cierra paréntesis) de que lo del perejil, digo, Perejil, nos da igual. Puede que sí, puede que no, puede que ni se sepa. A mí me da un poco de risa, pero de esa risa así nerviosilla de enseñar hasta los molares y forzar cada carcajada desde el diafragma como una tos, porque, como probablemente no dijera Einstein, «hay dos cosas infinitas, el Universo y la estupidez, y no estoy seguro respecto al Universo». Vamos, que tal y como está el patio espero que lo peor que pase es que o unos u otros o incluso ambos bandos hagan, hagamos, el ridículo más espantoso, y aquí paz y después gloria. Que esto me parece, más que una crisis diplomática, un concurso de a ver quién mea más lejos, una chulería, una machadita que pasa de la farsa a la tragedia por la tontería más insospechada. Claro que eso son precisamente las crisis diplomáticas, pero queda feo decirlo así.

Les dejo con la dulce melodía de la canción del verano, extrañamente adecuada a estos tiempos turbulentos que nos ha tocado vivir, oh tempora, oh mores.