Cuando escribo a mano, escribo con pluma estilográfica; manías que tiene una. Empecé con una Waterman que me regaló mi padre; era una pluma sencilla, de color plateado mate, sin adornos. Una pluma de batalla para llevar a todas partes. Me costó hacerme con ella, pero cuando, como se suele decir, «rompí la mano», se quedó rota, y no usé otra cosa durante todo el Instituto y la carrera. Yo iba a todas partes con mi pluma Waterman plateada, cargada con tinta azul-negro (primero) o azul (más tarde), y un reservorio de kleenex porque hacia el final de su vida útil a la pobre le daba por destintarse dentro de la mochila y lo ponía todo perdido. Como no tenía cargador rellenable, usaba una pequeña jeringa para rellenar los cartuchitos de plástico con tinta de tintero. En fin, que monté toda una parafernalia que mis compañeros de carrera, más prácticos pero también más anodinos, se ahorraban.
Pero a mí me encantaba; me aficioné al ruidito del rascar del plumín sobre el papel (yo compraba unos bloques Multifin de dieciséis agujeros, cuadriculados, un papel grueso casi como cartulina que iba de maravilla), me aficioné a la suavidad de trazo y al delicado control del grosor de la línea con el que podías jugar por si había que tomar una nota al margen o hacer un esquemita. Encontré el punto exacto de aquella pluma; casi se puede decir que saltaba a mi mano como un perrito bien adiestrado, y el plumín se ponía automáticamente en el ángulo exacto para mí. Éramos una sola entidad.
Finalmente la Waterman murió de vieja. El plumín se desprendió del cálamo, que ya estaba muy desgastado, y ningún arreglito ni chapuza de los que había aprendido a hacer me sirvió para que aquello dejara de desencuadernarse a las dos palabras. La llevé a arreglar a una tienda deliciosa que hay en Valencia, La Central del Fumador, donde voy a babear de vez en cuando frente a los escaparates para hacerme mala sangre por todas las plumas que no me puedo llevar. Allí me dijeron que la única solución era cambiarlo todo, cálamo y plumín, y dije que bueno. Casi me costó lo mismo que le debió costar la pluma a mi padre, pero eran demasiados años juntas como para tirarla simplemente a la basura como un trasto inútil. Me la devolvieron pulcramente envuelta en un sudario de papel de seda, con las partes dañadas en un paquetito aparte. Pero aquella ya no era mi pluma. Lo intenté; durante dos o tres semanas me forcé a escribir con ella, pero algo no funcionaba entre las dos. El trazo era duro, cosa de esperar, y como espasmódico. Pensé que tenía que «hacerla a mí» de nuevo, pero no hubo manera. Algo se había roto: mi Waterman, aquella con la que compartí nueve años de apuntes, ya no era esta extraña que se sentía tiesa y rebelde en mi mano. La letra salía rara, contrahecha. Ninguna tinta parecía fluir bien por su perfecto plumín nuevo.Ningún color me satisfacía. Acabé arrinconándola en un cajón.
Tengo más plumas, y durante meses enteros jugueteé ya con una, ya con otra, buscando aquella que me sirviera, no sólo para algunas cuartillas o notas apresuradas o ese cuento que sabes que vas a escribir de un tirón, sino para llevar conmigo a todas partes hasta que el destinte nos separe. En vano. Eran todas plumas honestas, de buena familia, como aquella delicada Parker con adornos de oro y plumín en forma de flecha, de cuerpo demasiado esbelto pero trazo elegantísimo y suave, o la Montblanc, la reina de mi colección, que todavía tiene que encontrar su tinta ideal y cuyo carácter es algo indeciso y sin aristas, demasiado suave para mí. También había una Sailor de metacrilato transparente y punto finísimo, a la que puse tinta azul eléctrico, que trazaba líneas delicadas como hilos de araña y era linda como una heredera de plantación sureña, pero tendía a desmayarse si le pedía velocidad, perdía el trazo y arañaba el papel con furia pero sin dejar rastro.
En resumen: creí que mis días de estilográfica habían terminado y que tendría que pasarme a los bolis de tinta en gel, que ahora son de muchos y hermosos colores. Hasta que alguien me habló de la Waterman Phileas. Por razones algo largas y complicadas de explicar ahora mismo, me compré una.
Es una pluma de diseño muy clásico, con el cuerpo negro o de colorines con efecto mármol, y sobrios adornos art decó en oro. Tiene el cuerpo ligeramente rechoncho, amigable, y un hermoso plumín de oro y acero con filigranas que le da un aire muy noblote y un poco serio. Al principio me pareció un poco incómoda; acostumbrada a la esbelta línea argéntea de mi Waterman, la Phileas, aunque ligera, encajaba entre los dedos de manera un poco incómoda, un poco a contrapié. Pero apenas tras una semana de escribir con ella, supe que había encontrado la nueva pluma con la que compartir alegrías y pesares. La Phileas es una pluma para todos; no os dejéis engañar por su exterior de Vicepresidente. Al igual que el indomable viajero de la novela de Verne, Phileas Fogg, esta pluma puede ir a donde sea y hacer lo que sea necesario, sin quitarse la chaqueta ni perder su elegante atuendo azabache y oro. Tiene el trazo fácil, limpio y sin estridencias, extraordinariamente cómodo, y la presa es suave y se amolda a tu ritmo de escritura, sin pedirte más o menos velocidad. Me encariñé de inmediato con ella y ahora me sigue a todas partes. Estos últimos días he estado a punto de perderla dos veces y creo que el cuasidisgusto me ha quitado lo menos un mes de vida.
Moleskine y Phileas negra: una combinación de las que harán historia. Y si no, al tiempo.
Me han encantado estas líneas que has escrito. Me han hecho interesarme por este blog, que visito por primera vez.
Tus andanzas con la waterman me han recordado a la historia de amor que tuve con mi primera pluma, una waterman kultur, de color verde, que tuve que dejar porque la dejé dentro de un libro en mi extensa biblioteca, y no pude recuperar, por casualidad, hasta meses después.
Obviamente se había secado. Desde entonces soy un enamorado de las plumas, y tengo decenas, aunque hay más cantidad que calidad. Pero no me importa, a todas las quiero igual, y tengo un par de Inoxcrom (una Wall Street y una Siroco, que van de maravilla y me hacen olvidar las mediocridades de la vida.
Un abrazo.
Extraordinario, delicioso texto. Coincido contigo en muchas cosas, sobre todo en el placer por los artículos de escritura.
Llegué a tu espacio por buscar información sobre mi nueva pluma fuente Waterman, la cual compré después de haber perdido una que mi mujer me trajo de París.
Saludos sinceros,
JMB
Un texto intenso. Me ha gustado mucho.
En las inundaciones de Bilbao en 1983, mi hermano estaba de vacaciones en Francia y me trajo, aparte de unas botellas de agua (el agua salía marrón y no se pudo beber durante días), un estilográfica Waterman plateada.
Durante un tiempo no la usé, ya que no sabóa escribir con pluma y para mí era nuevo. Pero lo intenté. Pasé por el instituto y por la universidad, y aquella Waterman me siguió hasta que ya no pudo más.
Desde entonces no puedo escribir con otra cosa que no sea una estilográfica. Tengo unas cuantas, buenas y menos buenas, con una Mont Blanc con la que se me cae la baba. Pero creo que si tuviera que elegir una marca, elegiría Waterman, de las cuales tengo cuatro. La última, acabo de adquirir una Phileas negra que tardará unos días en llegar. La espero con ansia.
Otra cosa, 15 años después fui a Francia, y sin quererlo, encontré la misma estilográfica que mi hermano me había regalado. La compré, no era cara, pero la tengo entre mis tesoros.
Mi alma gemela, y la de mi Waterman.
Excelente relato que me ha hecho recordar y revivir gran parte de nuestras vidas, la mia y la de mis plumas. Gracias por hacernos vivir dos veces.
MI NOVIA ME HA REGALADO PARA MI CUMPLEAÑOS UNA WATERMAN PHILEAS Y SINCERAMENTE ESTOY ACOJONADO DE LO BONITA Y LO BIEN QUE ESCRIBE. MI TIEMPO LIBRE LO DEDICO A ESCRIBIR POESÍA Y AHORA EN MI COLECCIÓN HAY UNAS 16 PLUMAS. HASTA QUE MI NOVIA ME REGALÓ LA PHILEAS AZUL. ES MARAVILLOSA, SE DESPLAZA POR MI MOLESKINE DEMASIADO BIEN Y ADEMÁS Q PARECE QUE TIENE MUCHAS COSAS Q CONTAR. SE LLEVAN MUY BIEN GRACIAS POR EL COMENTARIO
Yo tngo una phileas verde muy bonita q me regalaron pa mi cumple
yo la llevo a tdos lados xq s perfecta para mi
ya llevo 6 n mi coleccion
Monumental tontería. Una tecnología repugnante, simplemente algo a abandonar sin más. Y sin embargo, tiene un halo romántico que parece que oculta lo incómodo que es escribir con pluma. Donde esté cualquier procesador de textos y una impresora mínimamente presentable…
Elegante diseño de escritura. Ideal comentario para los que amamos la pluma.
Las plumas son seres vivos, escriben bien si se cuidan bien y se conocen bien. Son compañeros duraderos, escriben con el alma y el alma se llena de tinta. Los bolis no tienen alma son como comparar un ser humano con un robot.
Te recomiendo que pruebes una Kaweco al Sport como pluma de viaje y tu colección de dos estará plenamente completa.
Me ha encantado tu post, escribir con una pluma es otra forma de escribir, y las personas que lo hacen son otro tipo de personas.
¡Pues muchas gracias, urcobr! Me gustan estos encuentros esporádicos con gente que comparte aficiones, es una de las muchas cosas buenas que tienen los blogs. Voy a ver si encuentro por algún lado la Kaweco que me recomiendas, y te cuento.