Es una noticia sorprendente que nos aparta de la supina estupidez que atenaza al mundo estos días: en la provincia más oriental de Papua, en las junglas de Mambramo (buen título para una novela de Salgari, de paso), se ha descubierto un porrón, perdón, seamos técnicos, un puñao de casi-nuevas especies de plantas y animales.
No estamos hablando de un nuevo tipo de piojo con un segmento más en una antena, ni de un alga marina más o menos rizadita; nada tan sutil. Tampoco es siquiera un nuevo tipo de mamífero.
Son cuarenta casi-nuevas especies de plantas y animales, y contando.
Casi-nuevas, digo, aunque mola más decir nuevas. Pero el canguro arborícola, el ave del paraíso, y multitud de otros bichos que saltaron al paso de los científicos como si nada, ya se conocían. Lo que pasa es que no se habían visto desde hace la tira de tiempo. Jared Diamond mismo (sí, el de Armas, Gérmenes y Acero) visitó la zona y encontró un golden-fronted bowerbird; siento usar el nombre inglés; supongo que se llamaría pájaro jardinero, o quizá pájaro paisajista, pero no sé la traducción exacta. La cuestión es que es un pájaro que no se veía desde 1890, como otras de las especies que pululaban tranquilamente por el bosque y que llevaban ciento y pico años sin crear titulares con referencias a Doyle (El Mundo Perdido, ya saben) ni hacerse íntimos con pucheros o peleteros.
Los ecos de Mauricio y de las Galápagos son ensordecedores; animales extraños, apenas conocidos, y que nunca han tenido contacto con el hombre, perdón, el Homo sapiens, hasta el punto de dejarse coger sin problemas. El dodo de Mauricio prácticamente se echaba siestas encima de los zapatos de los colonos, que no tenían más que agacharse para tener cena. Terminamos con él para siempre en un tiempo récord, pero no es el único ejemplo; sólo el más famoso.
Ahora somos, nos gusta pensar, más listos. No va a haber pucheros de canguro arborícola ni una nueva moda de gorros de plumas de ave del paraíso. Vamos a ser buenos y a conservar, preservar, cuidar, proteger, estudiar, utilizar con blandura de algodón el prístino tesoro biológico que se acaba de descubrir. Las junglas de Mambramo, inaccesibles salvo por helicóptero, serán un símbolo de que ya no nos cargamos estos hábitats bellísimos por desconocimiento, codicia o simples ganas de diversión. Su riqueza será la nuestra, y sus recursos nos ayudarán más de lo que harían simplemente unos cuantos miles de hectáreas deforestadas.
Les doy cincuenta años como máximo para que se lo carguen todo.