Cada día empieza con sus rituales mañaneros, que siguen un cierto patrón organoléptico. En casa es el ruido de la cisterna, el gluglú de la leche al caer en el tazón, los golpes secos y agudos de loza contra loza, el reniego indistinto cuando te cae al suelo la tostada, con la mermelada hacia abajo.
En el laboratorio lo que tiene lugar es una especie de baile en busca del frío.
En mi tipo de trabajo la mayoría de los experimentos requieren temperaturas bajas. O muy bajas. O bajísimas. Más que nada porque trabajas con cosas que a 37 ºC se encuentran muy a gusto, y como no quieres que empiecen a hacer lo suyo hasta que lo hayas preparado todo bien, mientras dispones las cosas necesitas un lugar frío, y a mano. De modo que el día, en el laboratorio, empieza con el acarreo de hielo.
La escena es casi pastoril. Allá vamos todos, escalonados, aún con carita de sueño, llevando un cubito a la sala donde está la máquina de hielo. Son cubitos muy monos, de una especie de goma dura, en diversos grados de deterioro. Los hay negros, rojos, y verdes. Tienen unas tapas que parecen sombreros chinos y que se usan poco; suelen acabar acumulando polvo grasiento en un rincón. Los llenas de hielo picado con una paleta, y hacen crrruusss crrruusss al llenarse. Cuando los llevas de vuelta, ya no es con la fácil presa de dos dedos, sino abrazaditos contra el pecho o bucólicamente apoyaos en la cadera, como los nardos.
Así que por las mañanas es un trasiego de investigadores entre los diversos laboratorios y la sala donde está la máquina de hielo. El suelo alrededor se llena de charquitos cuando algunos fragmentos caen fuera del cubo, por descuido. De vuelta con tu cubito lleno, te cruzas con alguien que lo lleva a llenar, «G’morning», dices, «Hi», dice ella, como cuando te cruzas en la escalera con un vecino. Otros cargan con una versión más hi-tech del cubo porque van al piso de arriba a por nitrógeno líquido y necesitan un recipiente mucho más aislado para mantener el gas hirviente (el N2, que es líquido a unos -190 ºC, cuando se pone a temperatura ambiente hierve, como es lógico) líquido durante más tiempo.
Esta porción de la mañana termina pronto. Cuando todos hemos terminado el baile en busca del frío, nos aposentamos en los bancos, cubo de hielo (o de N2 líquido) a mano, y ¡hala! ¡A hacer cocinillas!
(A lo largo del día te roban varias veces tu cubito con hielo, pero mejor no entremos en las guerras de material, que entonces corre la sangre)