Dicen, y tienen mucha razón, que lo mejor que puedes hacer para escribir es no dejar de escribir. Dicen también, y tienen todavía más razón, que si empiezas algo debes terminarlo. Yo llevo tiempo sin mover los dedos en ficciones y me noto tiesa y oxidada, y para empezar a remediar esto no hay nada como dejar vagar un rato la mente y escribir cuentos. No gran cosa, no necesariamente revolucionarios, pero se trata de empezar a escribir algo y luego terminarlo. Y da igual que no sea muy bueno, porque la cosa es empezar y terminar. Y luego empezar otra cosa, y terminarla. Y así van ocurriendo cosas.
Podría no poneros este cuento aquí; podría guardármelo en el Scrivener. Pero las cosas están para ser usadas, y los relatos para ser vistos. Para bien o para mal. No tengo prestigio que perder, de todos modos, así que aquí está.

LOS TRES DRAGONES

Bajo Valencia viven tres dragones.
Poca gente sabe esto porque poca gente recuerda; es fácil hacer que algo se olvide, no tan fácil hacer que se recuerde. Pero esto es verdad: bajo Valencia viven tres dragones y nadie lo sabe.
El primer dragón, y también el más grande, es un dragón de piel gris y dura como la piedra. Vive medio enroscado bajo la Plaza del Ayuntamiento, con la cabezota mirando hacia San Vicente. Ya era viejo cuando los romanos vinieron y se asentaron en la tierra cenagosa e insalubre, y estaba cansado. No quería luchar contra los viejos soldados que construían casas y cavaban huertecitos en la pequeña isla entre dos brazos del Turia, así que se echó a dormir y dejó que la ciudad lo cubriera como un sarcófago.
Pero no está muerto. De vez en cuando, a lo largo de los siglos, rebullía en la primavera. Cuando un dragón de Valencia se mueve no tiembla la tierra. Tiembla la gente. Se siente rara, como si le hubieran sacudido el cerebro dentro de la cabeza, como si la gravedad hubiera dado un hipo. Cuando el dragón de Valencia se movía la gente se sentía inquieta y salía a la calle, a mirar al cielo. Y tras algunos siglos sin moverse la gente de Valencia se inquietó y ahora lo despierta cada año con el trueno melodioso de las mascletàs, para sentirlo removerse un poco y recobrar el agradable vértigo de su presencia. Aún hoy si vas en Fallas y te quedas a la mascletà y tienes suerte, puedes sentir cómo se estremece a tu alrededor. Otros pueblos quieren aquietar a sus dragones; sólo Valencia quiere despertarlos.
El segundo dragón vive, y uso la palabra con justeza, bajo la Lonja. No es un secreto: esculpieron su cabeza en la fachada principal, emergiendo violentamente de la roca, junto a un dintel que ya no existe. Es motivo de una leyenda de la época árabe, pero lo único real de esa leyenda es el dragón.
Este dragón no está dormido: está quieto. Los cimientos de Valencia son cimientos de agua y lodo, líquidos y fugaces y brillantes como la luz de sus inviernos. Este dragón seguía el curso inquieto del Turia, pero vio la Lonja y le gustó tanto que se aposentó bajo ella para ser sus cimientos. Por eso el edificio respira tanta calma, porque se siente seguro sobre el cuerpo largo y fuerte de su dragón. Los valencianos ven el dragón todos los días en la fachada de color bizcocho, pero no saben qué significa; no saben que si algún día el dragón se enfadara se llevaría consigo el bosque de palmeras de piedra y la alucinada zoología de las molduras de la Lonja. Porque olvidar es fácil y recordar, difícil.
El tercer dragón no está quieto ni dormido. Es un dragón joven que llegó en verano durante la invasión francesa a principios del XIX, un dragón de aire que se hundió en la tierra como una flecha en la carne y gozó del fresco subsuelo, vibrante por el paso de las botas militares. Desde entonces ronda entre las acequias y los ríos subterráneos de Valencia, estropea el metro y duerme bajo aparcamientos subterráneos, entreteniéndose en hacer saltar las alarmas de los coches. Últimamente le gusta mucho la Avenida del Oeste, y los vecinos de Barón de Carcer han sentido sus idas y venidas en forma de vibraciones que traen loco al Ayuntamiento. Los técnicos están estudiando el problema. La Universidad también. Pero les va a ser difícil solucionarlo porque han olvidado que hay un dragón que vive bajo Valencia, junto a otros dos; y recordar es difícil.
Así que si sientes temblar el suelo, o si de repente sientes un vuelco por dentro, como si una brisa fresca te hubiera acariciado las células, y miras a tu alrededor mientras paseas por Valencia, no te preocupes: es que has pasado cerca de uno de sus dragones, y has empezado a recordar.

P.S. Este relato está dedicado a @DrClydeZaius, que hoy es su cumpleaños. Se merece eso y más.