¿No os ha pasado nunca? Todo lugar de trabajo tiene sus pegas arquitectónicas o ingenieriles. Que si el aire acondicionado va mal. Que si el extractor hace mucho ruido. Que si tal o que si cual. Un buen día llega un equipo de reparaciones y he aquí que de pronto un área del edificio aparece cubierta de rollos de cable, trocitos de aislamiento, polvo de cemento y clavitos. Y cuando preguntas qué están haciendo, te enteras de que están, por ejemplo, repintando la baldosa número cuarenta y siete según se entra del baño de caballeros, o cambiando el rodapié del lado izquierdo del pasillo de acceso 3B, o retapizando los sillones de la sala de espera de secretaría porque la secretaria dice que están mal según el feng shui y le dan dolor de cabeza, alergias, accesos de tos y acné. Y las reparaciones duran un trimestre y medio porque claro, durante las mismas la luz se va porque el sistema eléctrico lleva décadas bajo mínimos, o el aire acondicionado se estropea y los obreros se quejan del calor, o del frío, o de la humedad del aire, o de la sequedad del aire, o de la Salmonella que les entra por los ventiladores. O hay una gotera que les descalabra la taladradora. O algo así. Pero las goteras y demás achaques siguen impertérritos, y cuando por fin se marchan los obreros todo el mundo acude a contemplar, con cierta cara de imbécil, el nuevo rodapié, o a solazarse con el tapizado fengshuicamente correcto de la secretaría, a ver si así se les pasa el ataque de alergia ocasionado por la neblina de fibra de vidrio que flota en el ambiente desde que el agujero que hicieron las ratas en esa otra pared puso el aislamiento al descubierto.

ALS, donde yo trabajo, es un edificio muy nuevo, pero ya cuenta en su haber con algunos de esos problemas. Para empezar, durante una temporada el aire extraído de algunos laboratorio se vaciaba en otros, lo cual no era divertido cuando esos algunos laboratorios trabajan con productos tóxicos. Para seguir, jamás dieron con una buena manera de controlar el flujo salida/entrada de aire en el edificio, de tal manera que a veces, si hace viento fuera, el edificio adquiere presión negativa y para abrir la puerta es necesario trabajo en equipo y una grúa. Por seguir fastidiando, el sistema inteligente de control de temperaturas en cada habitación no funciona, con lo cual los calefactores (o los ventiladores, según) están a la orden del día, lo cual no es necesariamente malo a menos que tus cultivos requieran una temperatura constante. Y todos los cultivos requieren una temperatura constante.

Tomando en cuenta todo lo anterior, hoy ha aparecido un ciudadano alto, flaco y barbado, con cara de hippie simpático, que se ha dedicado durante toda la mañana a cargarse el marco del umbral que da acceso a uno de los distribuidores del edificio (eso sí, con orejeras protectoras y almohadilla ergonómica para arrodillarse sin perjuicio de las rótulas). Hale, una jamba tan maja a tomar viento. Yo nunca vi que hubiera nada mal en ella, vamos, que no es que me pareciera una jamba ruinosa, ni peligrosa, ni políticamente incorrecta. Quizá fuera cosa de los maestros de feng shui. Pero tras un rato de astutas indagaciones me he enterado de que el destrozo tenía como motivo instalar una puerta anti-incendios que, en caso de fuego, se cierra. Antes ya había, pero se cerraba para el lado que no era. Así que la desconectaron. Ahora se cerrará para el lado que toca. No sé si la idea es encerrarnos para que ardamos mejor o evitar la propagación de las llamas, pero por si acaso, yo voy a usar la otra ruta de escape. La que no tiene puertas de por medio.