Es la última noticia por estos pagos, la que se lleva la primera página: un crematorio en Georgia, USA, que no cremaba. Pero es que nada. Durante décadas. Un buen número de funerarias llevaban allí a los difuntos para la barbacoa, pero al parecer los hornos se estropearon en algún momento y los dueños, tacet. Calláronse. Dijeron, «Sí, sí, vale, mañana lo tiene listo», proporcionaron urnas llenas de cenizas de madera, y fueron apilando los cadáveres allá donde cupieran. Y todos contentos, es un suponer, hasta que se descubrió el pastel, y el pastel descubierto fue ciertamente de pesadilla. Muchos de los cadáveres se habían momificado ya. Otros, um, pues no. Y, contemos, van por los doscientos cuerpos descubiertos ya.
Los dueños del crematorio, esto ya es pa nota, estuvieron viviendo todos estos años en los mismos terrenos donde los difuntos de tres estados eran, por así decir, barridos debajo de la alfombra. El que nadie se diera cuenta antes también tiene delito, también.
No sé si esta historia sería para Stephen King o para Alan Moore. Y la verdad es que no sé si a cualquiera de ellos, incluso con esas mentes suyas retorcidas y siniestras, se les hubiera ocurrido semejante historia para no dormir.
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