Es la semana de exámenes finales en el campus, y la biblioteca está repleta. Hay un runrún constante de voces, porque aunque los alumnos se limiten a susurrar en las mesas y sillas que hay por todas partes (y cómodos sillones bajitos), son muchos susurros a la vez. El efecto no es desagradable, y casi relaja. Lo que más relaja, y es que soy bastante malvada, es el hecho de que son ellos los que las están pasando moradas ahora mismo con los exámenes y yo no. Yo las paso moradas con las mutaciones, pero al menos es un moratón constante, no la montaña rusa del calendario académico, que agota bastante más. Lo divertido de todo esto es que la semana de exámenes viene después de lo que aquí se da en llamar la Dead Week, la semana muerta: unos días en los que no hay clase porque se supone (se supone, que todos sabemos lo que es esto) que los alumnos están estudiando para los finales.
Y digo yo que esto de salir de una semana muerta para encontrarse con exámenes finales es un tipo de resurrección muy poco sano, ¿no?