He visto lo que pensé que no vería: catxirulos en Corvallis. Cometas. En el patio de un colegio junto al que paso todos los días, se ve que hoy es día municipal de la cometa o algo así, y todos los niños andan corriendo, haciendo volar ingenios multicolores de todos los tamaños y aerodinámicas. Al parecer aquí Marzo también es el mes de hacer volar las cometas, y la verdad es que quedaba una vista preciosa. Por poco me desnarigo contra un poste porque andaba siguiendo las evoluciones de una cometa especialmente bonita, de aire japonés, que se balanceaba elegantemente en el aire, trazando kanjis contra el cielo muy azul con una larga cola negra y sedosa.
El buen tiempo vuelve a Corvallis un poco loco, y hoy hace buen tiempo, así que estamos todos un poco locos. El camarero de la Beanery me ha preparado un cubano, (café exprés con azúcar moreno, todo junto en la cazoleta, y vertido sobre nata fresca; ambrosía), porque le apetecía. Los alumnos, agobiados por la proximidad de los exámenes, buscan cualquier excusa para salir al Quad, que tras las últimas lluvias tiene el césped de un verde casi cegador, apenas templado por las flores rosas de los árboles de alrededor. Los árboles se hinchan de yemas de piel brillante, levemente pegajosa. Las asociaciones de estudiantes se pisan unas a otras en su prisa por organizar actividades al aire libre. Los frisbees surcan el cielo tibio con grave peligro para la integridad de los viandantes. Todo el mundo con cromosoma Y se descamisa, ¡estamos lo menos a veinticinco grados! Los alérgicos agonizan discretamente por las esquinas.
Por supuesto el laboratorio en pleno anda medio ausente y medio enfurruñado, con muchas miraditas al día radiante a través de la ventana y mucha desgana en el pipeteo general. La ausencia casi continua de sol en Corvallis crea este tipo de síndrome de abstinencia, de modo que todos nos encontramos necesitando un chute de luz solar, de esa que cae sobre ti como miel tibia -sin el pringue- y te hace cosquillear todas las capas celulares hasta el mismo hueso. Las iguanas marinas de las Galápagos, los «demonios de oscuridad» de Darwin, que tras un chapuzón y una ensalada de algas suben a solazarse a las rocas, tienen esa sonrisa de satisfacción profunda por algo. Ya lo creo que sí.