Fui a ver «La Comunidad del Anillo», o mejor, «The Fellowship of the Ring», al Whiteside Theatre de Corvallis. Es un cine a la antigua, o, más bien, un teatro-reconvertido-en-cine a la antigua. Tiene telón, palcos y galería. Tiene una enorme lámpara redonda de hierro y cristales naranja oscuro. Tiene una titánica rejilla de ventilación, circular, con un bonito diseño como el de las pipas de un girasol. Tiene una roseta pintada en tonos rosa y salmón, y sillones tapizados de rojo, y apliques de techo en cristal esmerilado con relieves. Tiene -lo mejor de todo- un proyector de películas antiguo en el vestíbulo: un dinosaurio de metal verde, erizado de palancas y tuercas, con enormes estuches para los rollos de película y cierto aire entre amenazador y postapocalíptico. Es, en suma, un cine con personalidad, con carácter, con ambiente, con encanto. Perdón: era.

Ayer domingo, tras el pase de las 8 de la película, el Whiteside cerró sus puertas para siempre. La compañía que lo posee, Regal Cinemas, le ha dado carpetazo por no dar suficientes beneficios (y porque, además, el edificio es viejo y tiene bastantes problemas de fontanería).

Cuando vine a Corvallis, había cuatro cines. Tras el cierre del State y el Whiteside, quedan dos: los cines de la calle nueve (multisala, cuatro salas, películas para toda la familia), y el Avalon (un encanto de sitio muy chiquitín para cine independiente y películas extranjeras). Esto es triste.