Ya toca el ataque anual de la Cruzada por Cristo en el Campus, también llamada el Ejército de las Mil Sonrisas o Cómo Evangelizar Pisando Huevos (Metafóricos). El año pasado se lo montaron mejor; este año todo se ha reducido a cartelitos con afiladas preguntas del tipo «¿Es posible una moral objetiva?». Hale, a ver quién es el guapo que contesta. Guapos no sé, pero un filósofo y otro caballero van a contestar hoy mismo. No voy a ir; no esperéis informes. Además, el aire se ha vuelto tierno, preprimaveral, y no me apetece pensar en esas cosas.

Claro que echando un vistazo a mis últimas lecturas no sé si preocuparme. Terminé de releer la magnífica, pero oscura, «Last Call» de Tim Powers, y ahora me ha dado por «Maggots, Men and Murder», de un señor de nombre impronunciable. Entomología forense, ahí es nada; estoy aprendiendo más sobre el proceso de descomposición del cuerpo humano de lo que creí posible. Vale, vale, no me miréis así: es un tema fascinante y el libro es muy entretenido.

Además hoy el Nature está mejor que muchas novelas: el Vasa, un galeón del siglo XVIII, se está autofagocitando a base de secretar ácido sulfúrico. Quizá se deprime en el dique seco del museo. Un artículo comenta el papel maravilloso de los genes HOX en el plan corporal de los insectos y abre la puerta a preciosas reflexiones sobre macroevolución y microevolución, equilibrio puntuado y gradualismo. Y por fin se ha resuelto un misterio que duraba siglos: un día Huygens se dio cuenta de que dos relojes de péndulo que tenía acababan siempre sincronizando sus oscilaciones, aunque empezaran totalmente desfasados. No quiero ni pensar la de magufadas que se habrán escrito al respecto, pero ciertamente era lo que ocurría. Ha tenido que llegar la teoría del caos para poder proporcionar las pruebas necesarias que certificaran la solución correcta, que Huygens ya se imaginó: los lastres de 40 Kg destinados a mantener los relojes estables en un barco (se usaban dos relojes para averiguar la latitud, otra historia preciosa) eran los responsables. Cada oscilación del péndulo transmitía un poco de energía a la caja del reloj, que era a su vez transmitida al otro péndulo; los lastres, por pura casualidad, afinaron el proceso de manera que la energía transferida no era tanta como para parar el primer péndulo, ni tan poca como para no afectar al segundo péndulo. Seguramente no entendería la prueba matemática ni aunque me dieran con ella en el ojo, pero anda que no es bonita la explicación…