En la cola del cajero del banco. Ha pasado la hora punta, ya no hay demasiada gente; el ambiente es distendido, cortés, y hasta alegre. De los dos cajeros que atienden, uno está de muy buen humor y bromea con los clientes, habla de fútbol, tararea para sí. Su compañero, más serio, sonríe de vez en cuando ante sus ocurrencias.
Por una de esas, ambos quedan libres a la vez. Yo me acerco al cajero más serio, mientras que un caballero anciano, bajito y de pulcro bigote blanco, va hacia el cajero pizpireto. Mientras hago mis operaciones oigo el breve diálogo que sostienen.
-¿Para ingresar, caballero? -pregunta el cajero vivazmente. El hombre del bigote le entrega unos pocos billetes.
-Sí, cien euros.
-Cieen euros, muy bien, un momentito que ya estamooos… ya está, ya lo tiene -va retransmitiendo el cajero, y le alarga el comprobante con una sonrisa-. ¿Sólo quería eso?
-Sí.
-Muyyy bien, eso es lo que todos queremos, ¿eh? ¿Verdad? Salud, dinero y amor -canturrea el cajero, tamborileando suavecito en la mesa.
-Yo lo tengo todo -responde tranquilo y seguro el hombrecillo, con una sonrisa muy leve, muy secreta, que me alcanza de refilón al pasar. Y se va despacio tras ingresar sus cien euros, seguido por las miradas envidiosas de toda la clientela.