Una de las cosas que más miedo me dio de pequeña era un disco doble (un LP, aguanta), con portada de vivos colores, y un libro ricamente ilustrado dentro. Lo ponías (yo lo ponía mucho), y se oía una voz grave, rasposa, fatídica: «Nadie hubiera creído…». Así empezaba a decir la voz magnífica e irrepetible de Teófilo Martínez. Y poco después, tres golpes de acordes me ponían de inmediato la piel de gallina.
Era La Guerra de los Mundos, la versión en español de la dramatización de Jeff Wayne. Creo que fue lo que prendió mi obsesión por los libros y las dramatizaciones en audio, porque fue entonces cuando descubrí que el sonido por sí solo puede evocar mucho más que sonido e imagen, al menos si lo oye una imaginación como la mía. Aquella versión lo tenía todo: actores excepcionales, y una música entre disco y rock sinfónico, efectista y efectiva. Incluso una balada preciosa cantada por Justin Hayward, «Forever Autumn», conseguía inquietarme, porque tras su melancolía había una desazón sutil, pero palpable.
Toda la historia, ayudada y no poco por las ilustraciones de Geoff Taylor, era terrible, llena de muerte, derrotas, destrucciones y locura. El alarido de los marcianos, triunfal y aterrador; la destrucción del Hijo del Trueno, tan vívida y conmovedoramente narrada; la marea roja, el artillero, el Padre Nathaniel. La victoria final, por un golpe de suerte más que por cualquier intento humano de derrotar a las espantosas máquinas de destrucción marcianas, era también una victoria desolada: recordad la imagen de los cuervos alimentándose de los cadáveres de los marcianos sobre las ruinas de Londres. Esa y las otras imágenes del álbum fueron durante años compañeras fieles de mis pesadillas, parte de mi elenco de monstruos favoritos. Incluso ahora, décadas después, sigue siendo una de las producciones en audio mejor hechas que conozco. Y conozco, creedme, muchas.
Hay una versión en musical de la historia, representándose ahora mismo en Australia; y si te vas, como yo hice, curiosona que soy, a la página web correspondiente, queda avisado: cuando cargue la página, Sir Richard Burton te susurrará al oído: «No-one would have believed…». Y poco después, tres golpes de acordes te pondrán de inmediato la piel de gallina. Como a mí.