Esto del NaNoWriMo está resultando interesante. Interesante, porque como ejercicio para escribir hay pocos que sean más efectivos que escribir, escribir y escribir. Por otro lado, vaya por delante una confesión: no voy a ganar el NaNoWriMo este año. No hay manera humana (ni siquiera divina) de llegar a las 50.000 palabras antes del 30 de noviembre. No había contado con que hay que trabajar, y que mi curro es de esos en los que se puede presentar cualquier imprevisto que no sólo te deje en casa hecha un charquito a las tantas con deprimente regularidad, sino que te deja en casa en tal estado mental que mirar un teclado te provoca sarpullidos.
Pero bueno, es lo que hay; mi excesivo optimismo respecto a mis facultades mentales para escribir algo coherente disponiendo de una hora al día entre semana y de los fines de semana (que por otro lado necesito también para otras cosas) me ha hecho darme cuenta de que no, lo del NaNoWriMo no va salir.
Así que he aquí mi renuncia oficial. Pero ojo, es mi renuncia oficial a alcanzar 50.000 palabras antes de medianoche del 30 de noviembre. Estoy disfrutando de lo poco que puedo escribir, y planeo seguir con ello, a mi ritmo, y sin más objetivo claro en mente que saber qué pasa después. El año que viene me lo plantearé de otra manera, muy diferente (y probablemente me pase lo mismo, que nos conocemos, pero arrieros somos).
Y ya vale del NaNoWriMo (disimulad, ejem ejem). Hablemos de ¡Alan Moore!
Por darme un poco el mocazo, yo había hablado previamente con Alan Moore por teléfono, por otros temas. La conversación fue más o menos así:
Daurmith: (glabs) Hello?…
ALAN MOORE: GOB SMOILBERG UIN UOBAR SMIRCHEN.
Daurmith: … I’m sorry?
ALAN MOORE: OITS NOIS TENUU YU LOIK MOI UOIK.
Daurmith: (ataque de pánico)
No es que me hubiera confundido y estuviera hablando con Rusia, me apresuro a aclarar. Es que Alan Moore tiene un acento de Northampton con el que se pueden tajar los hielos del Ártico, y una voz con las cualidades armónicas de un contrabajo. Lo que al principio era un galimatías sin sentido empezó a entenderse un poco mejor tras unos minutos, y la conversación transcurrió cordial y neutra.
Ese fue mi primer contacto con Alan Moore. Me llevé la impresión de un señor amable, que quería seguir con lo suyo sin ser maleducado, y que tampoco iba a cambiar mi mundo con una llamada telefónica.
Mi segundo contacto con Alan Moore fue en el London Hilton Metropole, en octubre de 2010, durante el TAM London. Era la tarde anterior al evento, y estaba yo allí con un geólogo escocés, un informático inglés, un prestidigitador sueco, y James Randi, hablando de loros (no, leñe, que no me lo invento), cuando un gigante de unos dos metros, camiseta negra con motivos heavy, y una barba en la que probablemente vivían varias civilizaciones entró en el vestíbulo del hotel.
-AymadremíaesAlanMoore -dije en inglés, levantándome como un resorte. James Randi se había ido de nuestra mesa hacía un rato, es de suponer que para hablar de loros con más gente, y dejé colgados a mis compañeros de mesa y me fui directa hacia él. El geólogo escocés me siguió, curioso, porque no sabía por qué iba yo a saltitos a hablar con un tipo que más parecía el nigromante malo de una película de serie B.
La conversación fue más o menos así:
Daurmith: [farfullando con sonrisa idiota sobre cuánto le alegra que Alan Moore esté allí y cómo le gusta lo que escribe]
ALAN MOORE: OU OU NOIS DOTS SOU NOIS.
Daurmith: [más de lo mismo, repitiéndose un poco, hasta que acabé cayendo en la cuenta de que el hombre probablemente querría registrarse en el hotel y descansar un rato]
ALAN MOORE: BOI, ZONKS.
Alan Moore intervino el domingo en el TAM, que es una convención llena de científicos y escépticos, donde cualquier afirmación extraordinaria es recibida con aullidos solicitando evidencias extraordinarias. Y Alan Moore es un señor que venera una serpiente con cabeza humana de trapo que era el dios de un culto fraudulento de hace dos mil años. Que sí, que lo venera. Se llama Glycon. Buscadlo si no me creéis.
Tal orador con tal audiencia era una combinación que me hacía sentir, por un lado, interesada, y por otro, levemente aterrada.
Pero Alan Moore es un cuentacuentos, y como tal, es sabio porque encuentra el hilo narrativo de las cosas. Y nos contó un cuento, del universo según Alan Moore, de su ciudad, de la relación entre una persona y el lugar donde vive, y a las dos minutos de empezar a hablar tenía encandilada a la audiencia. Con su voz de leviatán marino retumbando por la megafonía de la sala, vestido con una chaqueta de brocado amarillo y una corbata azul eléctrico, nos leyó un poema enrevesado, oscuro, crudo, con todos los olores y texturas y miserias y misterios de Northampton. El geólogo escocés que no conocía a Alan Moore estaba sentado a mi lado, inclinado hacia delante con las manos en las rodillas y una expresión de sorpresa incrédula en el rostro, mientras la voz del único adorador de Glycon del mundo pintaba un cuadro costumbrista, sórdido y mágico a la vez, de su ciudad natal.
Cuando terminó, la sala entera estalló en aplausos encantados, y la cola para que firmara ejemplares de sus obras se salía del vestíbulo. Yo era de las últimas de la fila, y Alan Moore se levantaba cada vez para hacerse fotos con los suplicantes de firmas, sonriendo, pasando un largo brazo enfundado en brocado por los hombros de gente que posábamos, todos, con las mismas expresiones de alegría e incredulidad.
Cuando se fue, el geólogo escocés, el informático inglés, y el prestidigitador sueco nos quedamos un rato más, charlando, antes de irnos a tomar algo a un pub cercano. En cierto momento el geólgo se me acercó.
-Oye, tenías razón -dijo-. Alan Moore es impresionante.
-Sí -dije, viéndome incapaz de mejorar su apreciación. Y nos fuimos a pasear por Londres, que ahora parecía tener, detrás de su piel de ladrillo y hollín, nuevos recovecos descubiertos gracias al sonido grave y cremoso de la voz de un escritor que es capaz de ver las cosas como son, amarlas como son, y hacer que las amemos quienes no las hemos visto.
Yo no estaría completamente segura de que Alan Moore sea el único adorador vivo de Glycon de este planeta en estos momentos… ¬¬
Debo decir que sin haber podido entender en vivo ciertas partes del poema que leyó en la TAM, lo difruté bastante.
Al final me pareció alguien mucho más normal de lo que pensaba…
A tenor de lo que leo, debería usted parafrasear a Bécquer:
\»Hoy le he visto y me ha mirado
¡hoy -casi- creo en Dios!\»
Mis disculpas…
Rigel 😀
¡Admiro mucho al gran Alan Moore! Gracias por compartir estas deliciosas anécdotas.