El otro día pensaba (y anotaba en mi Molesk… er, bueno, ya sabemos todos dónde) en las grandes amistades masculinas de la literatura. Seguramente la más famosa es la de Holmes y Watson. Y también están los Tres Mosqueteros y d’Artagnan, Frodo y Sam, Allan Quatermain y Sir Henry, y seguramente docenas más que se me olvidan. Es agradable ver que siguen apareciendo este tipo de relaciones con la misma energía, riqueza y encanto que antes. El mejor ejemplo es sin duda la preciosa, magnífica, maravillosa, profunda, original, totalmente única amistad entre Stephen Maturin y Jack Aubrey. La imagen del doctor y el capitán interpretando (más o menos) una sonata de Corelli para cello y violín en la cabina de la Surprise mientras cruzan el mar Jónico va a estar conmigo toda la vida; y buena cosa es.
Patrick O’Brian murió: ya no habrá más libros. Pero los que hay admiten muchas, muchas visitas.
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