Estamos en Junio. Ayer el sol brillaba todo orondo y amarillo y calentito, y una pensaba, en su inocencia, que la cosa iba a seguir así. Pero no. Gaitas. Tararí de la alberca y del verde limón. Hoy de pronto hemos vuelto, si no al invierno, al menos al tipo de primavera empapada y morosa que se disfruta en lugares tan llenos de joie de vivre como las Islas Británicas.

Es bonito, a su manera, cuando te acostumbras al brusco contraste y a los salpicones cuando pisas un charco que no estaba ahí diez minutos antes. Le da al campus, que se ha quedado sin alumnos, un aire de esos melancólicos donde queda bien poner a algún poeta romántico del diecinueve, preferiblemente tísico y con melenas, muy en plan anime.

Pero como el meteoro es cosa a la que se recurre cuando no se sabe a qué recurrir con el blog, y para disimular un poco, hablemos de blogs. Fijaos qué curioso: dando un garbeo cortito por uno de estos barrios virtuales, nos encontramos el fin del universo, el fin de la asignatura de Astronomía, las raíces del baniano, y algunas cosas sueltas sobre las que es mejor reflexionar con sosiego y un buen copazo a mano (para los que beban, y para los que no, un té Oolong). Y yo mirando.

En una lista de correo ahora mismo ha irrumpido un pirado hablando del Apocalipsis y de cómo él personalmente se va a cargar a todos los pecadores (no es broma, se lo cree, el pobre), mientras en otra se está desmenuzando con mimo la serie de Fibonacci y la proporción áurea, sobre la que se puede saber mucho más aquí (no es que sea un hacha encontrando estas cosas, que sí lo soy, pero más que nada porque sé que desde aquí se llega a casi cualquier recurso matemático que se pueda imaginar. Despistaos. Que tenéis el enlace ahí a la izquierda y creéis que es de adorno).

La última estrofa de una curiosa canción japonesa es otra interesante sucesión de guarismos (toma sha), aunque no es que sea una adivinanza. A no ser que no mires el título. O te confundas de canción. Siempre se agradecen estos detallitos donde se mezclan cosas «de ciencias» con cosas «de letras». Y cuando tenga uno de esos días bordes, recordadme que despotrique un poco contra tan cretina distinción. Bueno, un poco no.

Uno, uno, dos, tres, cinco, ocho, trece, veintiuno, treinta y cuatro, cincuenta y cinco, ochenta y nueve, ciento cuarenta y cuatro, doscientos treinta y tres, trescientos setenta y siete, seiscientos diez, novecientos ochenta y siete, mil quinientos noventa y siete… y me paro en un primo.