No sé si lo he dicho antes, pero me gusta el folletín. Era un vicio que llevaba en secreto, ocultándolo a los ojos de todos, porque, o sea, en fin, no era Literatura seria, así, con mayúscula, oig. Los Tres Mosqueteros se consideraba literatura juvenil, como mucho, y era sujeto paciente de mil adaptaciones a cuál más insulsa por un extraño prurito de hacer digerible -o sea, soso y anodino- lo que era un manjar especiado y chispeante.
Y aun así, esas adaptaciones dejaban entrever un no sé qué, una visión, una manera de narrar y una imaginación desbordante y desbordada que llevaba a guionistas de todo pelaje y condición a caer en el error de querer mejorar lo inmejorable y a lectores al deseo de ver de dónde venían esas películas y quiénes eran esos personajes pendencieros, aprovechados, gorrones, libertinos y maravillosos. Bueeeno, vale: algunas adaptaciones no han estado mal del todo (pese a que Michael York me da algo de grima). Pero leed el libro, leedlo. Ahí no hay película, serie, novela ilustrada o tebeo que se le acerque. Porque el folletín es Dumas; el resto, por deliciosos que resulten, le siguen siempre a varios largos de distancia y a muchos latidos emocionados del corazón.
Menos mal que apareció El Club Dumas y pudimos salir del armario. Gracias, don Arturo, por hacer que algunos nos atreviéramos a decir lo que usted: que nos gusta el folletín, que nos gustan los mosqueteros, que nos gusta Dumas con sus diálogos artificiosos y rítmicos, redundantes a más no poder porque le pagaban por palabra, pero siempre con un no sé qué genial. Que nos gustan las situaciones tremendas, imposibles, rebuscadas y teatrales de sus novelas: el collar de la reina, la limonada letal en la mansión Villefort, la marca de la flor de lis, el verdugo de Lille, las poses de Haydée, las carcajadas del Conde de Montecristo – quizá uno de los mejores personajes de toda la literatura del siglo XIX- mientras contemplaba la mazzolatta, Chicot en la procesión de penitentes, la gruta de Locmaría. Todos para uno y uno para todos, ¡pardiez!
El folletín bien hecho es un placer. He dicho. Y el que no esté de acuerdo, ya sabe: detrás del Convento de las Carmelitas, a las doce.