Esta tarde, por razones que no vienen al caso pero que empiezan por a de avería y terminan por e de coche, me ha tocado darme un paseíto desde la calle 30 hasta la 5, es decir, 25 manzanas de nada, más 8 manzanas por la dicha calle cinco p’arriba, o sea, p’al norte, que los americanos son muy finos ellos y no es que tengan imanes en las células como las palomas mensajeras, sino que trazan las ciudades adredede con las calles orientadas norte-sur o este-oeste porque queda chulísimo en las películas.
En fin, a lo que iba. Hoy, tras unos días limpísimos de sol y aire cristalino que tienen a los nativos un tanto mosqueados (este tiempo no es normal en Noviembre por aquí) ha amanecido nublado, pero con unas nubes de plancha de vapor, de esas que no dejan pasar el frío y que espolvorean el aire de una luz gris de lana húmeda. Era curioso darse cuenta de que a las cinco parecía que estaba ya muy oscuro, de tanto como se difuminaba la poca luz solar, pero, al abrir mi libro para amenizar el paseo, te dabas cuenta también de que esa extraña luz gris de canción de Suzanne Vega hace brillar inusitadamente las páginas. Es una luz de película de miedo tipo Seven, sórdida y que lo aplana y lo agrisa todo; una luz que haría las delicias de Stephen King y Alfred Hitchcock. Una luz sin sombras y sin contrastes, contra la que el rojo ladrillo se vuelve marrón a secas, y el verde adquiere el tono duro y opaco de la espinaca seca. Hasta los coches parecen ir por el asfalto medio a desgana, como si se dirigieran a algún equivalente infernal del taller de desguace. Las luces de los escaparates parecen más amarillas de lo normal, como si tuvieran ictericia, y los pocos viandantes tienen un aspecto desaliñado y ligeramente mohoso de peluche abandonado.
En resumen: la tarde perfecta para inspirar una entrada de bitácora. Afortunadamente, por razones que no vienen al caso pero que empiezan por efe de factura y terminan por a de pagada, he vuelto al laboratorio tan ricamente en mi coche, escuchando el allegro de un concierto para oboe y orquesta de Albinoni, y horadando con los faros el aire gris antracita, embebido de agua, de la tarde moribunda.
deberian poner mas comentarios q especifiquen bien
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