Me he ido al barrio de Vegueta a un recado. Y me he ido sin cámara ni Moleskine, como si no fuera yo. Tanto es así que para sentirme yo me he comprado un libro en blanco y me he puesto a escribir que me he ido a Vegueta sin cámara ni Moleskine y que me he comprado el libro en el que me he puesto a escribir para poder decirlo. Y toda esa recursividad ha tenido lugar tomando un té frío en una terracita junto a una mesa con cuatro violinistas hablando del precio de los violines, en un callejón peatonal con las casas pintadas de colores vivos combinando con el color más tenue de los desconchones.

Tras un rato de escribir a mano notaba la mano torpe, rígida, algo rebelde, y queriendo apresurarse, como si escribir estas cosas fuera un medio para un fin. Esto no puede ser. Hay que ponerle remedio.

Debería existir un adjetivo para aquellas situaciones o actividades en las que la recompensa no está en su culminación, sino en su realización.