La atmósfera sobre Corvallis es maníaco-depresiva, y tan pronto nos envuelve en un aire gris y tristón, soplándonos a la cara un aliento helado, como nos baña en un sol brillante de caramelo. Las temperaturas suben (o bajan) diez grados (centígrados) en un solo día. Las nubes que en un momento dado se te aparecen, ominosas, por el horizonte, dan media vuelta en el último minuto y pasan de largo, silbando y mirando al techo y haciendo como que no nos han visto; y luego, cuando el cielo es de color azul acrílico y parece firmemente decidido a ofrecernos una buena versión del tiempo que hace en Jamaica, zas, los nubarrones aparecen de la nada, y vuelta a empezar el ciclo. Es para desquiciar a un Buda.
Ahora mismo estamos en fase optimista y hace sol. Los pajaritos cantan (bueno, son grajos, y graznan, pero el sentimiento está ahí), las temperaturas rondan los veintiocho grados, y los nativos se derriten de calor y salen a la calle guiñando mucho los ojos y haciéndose lenguas del tiempo tan bueno que estamos teniendo (y mirando el reloj a ver cuánto dura).
En estas iba yo atravesando el Quad, perdida en la lectura, cuando por el caminillo de enfrente vi venir hacia mí una madre y su hijito de unos cinco años. Ella bronceada, alta, fuerte, ataviada con los pantalones cortos, camiseta y sandalias de rigor y cargando una mochila de alta tecnología. Él, esbelto y nervioso, muy rubio y parlanchín, brincando a su alrededor como un potrillo. A pocos pasos de mí, el retoño pidió que hicieran un alto en el camino y alargó el brazo hacia la botella de agua, que iba embutida en un bolsillo especial de la mochila. Hacía calor, y si llevaban un rato andando, la verdad es que no me extrañó su gesto. Me extrañaron sus palabras.
– Espera, espera -decía el cachorro mientras manipulaba torpemente el cierre especial, a prueba de derrames, de la botella-. Tengo que rehidratarme.
– Muy bien -respondía la madre, aprobadora-, rehidrátate.
Y mientras el niño se rehidrataba, yo pasaba por su lado, fingiendo leer, y preguntándome si es que últimamente «tener sed» ha pasado a ser políticamente incorrecto, o algo, y yo me lo he perdido.
Pero ahora pienso que no debe ser eso; que simplemente la criatura ha aprendido una nueva palabra, y la usa, probando cómo le viene de talla, cada vez que puede. Y no se lo critico: la parla fisiológica (creo que espoleada por la obsesión que atenaza a los estadounideneses por la dieta, obsesión tan extrema como inútil, véanse los resultados), la parla esta ultratécnica y de diario médico, decía, se va imponiendo poco a poco en el lenguaje cotidiano, y, junto a la [/rehidratación/], no es raro que la gente comente que necesita [/reponer su nivel de glucosa/], y se vaya a comer. Debería empezar una moda y hablarles también de los niveles de glucógeno y glucagón.
Pero qué queréis que os diga… Me parece un poco redicho. Personalmente, yo voy a seguir teniendo hambre, gusa, apetito, gana, desmayo, gula, y sed. Por fastidiar.
Pues no quiero ni pensar lo que dirá el párvulo cuando deba hacer sus necesidades en el cuarto de baño… «Tengo que expulsar materia fecal»… «Tengo que irrigar la sagrada porcelana»…
¿Y cuando crezca y tenga su primera relación sexual? «Trisha, me gustaría llevar a cabo el acto reproductorio contigo»…
:O
Desde que leí el artículo de la censura del «políticamente correcto» en las universidades yankees, casi me creo cualquier cosa. Hay una universidad con una especie de teatrillo atechado de 6 metros de díametro (circular) en el que [*se permite la libertad de expresión*].
Oh! Estoy absolutamente perpleja. En esta contemporaneidad, los infantes se expresan progresivamente de forma más precisa e inteligible.
¿Pero de no haber tenido sed, se hubiera o hubiese rehidratado también?
Pues, gracias por tu contribución al restablecimiento de mi línea base de nivel anímico, que estaba bajo una ligera depresión temporal.