Bueeeno, pues poco a poco, muy poco a poco, puedo emerger del trabajo y tener alguna media horita más. Esta es otra, aunque breve. Todo el mundo a mi alrededor se hace cruces de la lluvia y el frío. Yo, que me he resfriado (uno de esos resfriados antipáticos, que te aplatanan y te tunden a síntomas, que si la garganta, que si la nariz, que si el estornudo… Pero ninguno de ellos llega al nivel de decir «o me quedo en cama o fenezco», de modo que aquí estamos)… Hala, otra vez me he perdido. Yo -decía-, que me he resfriado, les doy la razón sorbiendo la moquita.

Las Palmas me está gustando mucho, a pesar de llevar vista, como quien dice, una baldosa. Por todas partes ves edificios nuevos y elegantes, o viejos y atractivamente ajados, con las fachadas pintadas de colores brillantes y un aire entre tropical y festivalero. Tengo muchas ganas de callejear un poco por aquí, porque la zona es preciosa.

También hay un cierto aire generalizado de esa peculiar realidad isleña, que recuerda un poco a Alicia en el País de las Maravillas. Como muestra, vaya este botón: anoche, cansada y aplatanada, decido tomar algo ligerito en el hotel, y llamo al restaurante.

-Buedas doches -digo, educadamente-. ¿Be bodrían subir bor favod un Cola Cao calentito y una bieza de fruta?
-¿Una biesa?

El acento canario y el resfriado hacen difícil la comunicación, os haréis cargo. Tras un momento de explicaciones, nos acabamos entendiendo. Quien no se esfuerza nada consigue.

-¿Le va bien un plátano? -me dice al fin, amabilísimo, el muchacho del restaurante.
-Berfecdo.

(Espacio para dar tiempo al restaurante a poner en un plato las cosas).

Efecto especial: Toc, toc.

Abro la puerta, y una chica, amabilísima también, me trae una bandeja con:

Una jarrita-termo llena de leche caliente y espumosa.
Una taza con su platito y cucharilla.
Una servilleta.
Un cuchillo y un tenedor.
Un sobre de Cola Cao.
Dos -totalmente superfluos- sobrecitos de azúcar.
Y por último: un plato con una pera solícitamente cortada a gajos, guarnecida de un fresón solitario cortado en dos.

-Esto -observo, innecesariamente- do es ud blátado.

-No -me confirma la chica, también innecesariamente, con su suave acento canario-. Disculpe, pero… es que no tenemos plátanos.

Le aseguro que no me importa, pero ambas nos miramos, conscientes de la destrucción de un tópico (cuando un tópico se desintegra, hace un ruido siseante y percutivo, como una cascada hecha de terrones de azúcar). Luego ella se fue, moviendo la cabeza, preguntándose a dónde iremos a parar, y yo me quedé a solas con la pera.

Que por cierto, estaba riquísima.