Cuando empecé a escribir en La Biblioteca de Babel, no tenía muy claro de qué. Empecé en Blogger por seguir la entonces nueva moda de los blogs, básicamente hablándome a mí misma sobre mi ineptitud tecnológica. No sabía qué hacer con el blog.

La primera entrada tiene fecha del 1 de septiembre de 2001, y once días después, de repente, supe que quería hablar. De lo que fuera, con tal de hablar.

En pocas palabras, me contagió el extraño ánimo que atrapó todo Estados Unidos y que hizo que durante unos pocos días después de los atentados todo el mundo buscara compañía humana. Tardé un poco en hablar de dónde estaba yo ese día, de qué estaba haciendo. Bueno, no, tardé mucho: dos años hasta que hablé del día de los atentados. Y luego, cinco años después, otra visitilla.

Pero en medio, desde septiembre de 2001, desde que decidí que un blog está para contar cosas, me puse a hablar de las cosas que en Corvallis me resultaban extrañas: gaiteros locos, encuestadores furibundos, un misterioso platito de limón, y otros detalles de la vida cotidiana de Corvallis, y así pasó el primer año del blog.

Poco a poco le fui cogiendo gustito a la cosa, y bombardeé con entradas en su mayor parte intrascendentes, pinceladas descriptivas o retazos de ideas, aunque de vez en cuando iba a convenciones donde asistí a rituales del mundillo que me fascinaron. Me topé de manos a boca con curiosas demostraciones culturales, y ceremonias nativas. De vez en cuando corría inquietantes aventuras por bosques misteriosos acompañando a aguerridos aventureros.

De paso me buscaba cualquier excusa, como el tiempo, para colar alguna cosa de ciencia, siquiera fuera lejanamente y con resabios de Neil Gaiman, y quien dice ciencia dice cosas que me llamaban la atención navegando por internet, como en cualquier blog, aunque el mío tendía, tiende, a verse atraído por cosas algo más grotescas de lo que una señorita debería confesar. Pero bueno, entre historias de ataúdes en el mar, de marujas estadounidenses, o de leviatanes muertos pero menos, compartía con mis tres lectores máquinas que deseo poseer aunque no existan, o lo que se aprende en foros de mensajes, que, curiosamente, sigue vigente.

Y sin hacer casos de peticiones desesperadas para que dejara de dar la vara, yo seguía con lo mío, tan pronto poniéndome cursi con lo bonito que es Corvallis como escribiendo sobre lo complicado que es ir a por un sandwich o mencionando un par de experimentos mal reflejados en los medios de comunicación. Este, en concreto, ostenta el récord, en mi blog, de comentarios hoygan. A pesar de que a muchos les hice los deberes hablando sobre la replicación del ADN o el empaquetamiento de la doble hélice. De vez en cuando me permitía un pequeño desahogo cuando me ponían nerviosa los tópicos sobre «jugar a ser dios». Esos no fueron, ni mucho menos, los únicos desahogos que me concedí.

No todo iba a ser ADN, claro, a veces me daba por hablar de piedras que se mueven, de fisiología vegetal, de masajes morfogénicos o del color verde que pudo haber matado a Napolelón, que también tiene su cosita.

Y es que me gustan esas cosas, a pesar de que de vez en cuando me decepcione un Premio Nobel (que también es cosa instructiva), pero siempre me puedo consolar aprendiendo sobre gente interesante como Sanderson de Oundle. O sobre Darwin, porque mantengo que el Día de Darwin debería ser festivo en todas partes, y siempre que puedo escribo alguna cosilla. Bueno, dos, aunque esta no está en el blog.

De vez en cuando me iba de vacaciones a la patria, y allí me daba para reencontrarme con esa extraña especie que nunca se ve a cielo abierto en Corvallis, los niños, o más bien, María Luisa.

Pero Corvallis siempre volvía, con sus reparaciones incomprensibles y sus vecinos españoles, que dejaron, a buen seguro, más huella en Corvallis que yo, algún que otro día en que todo salía torcido, aventuras con arañas malévolas, extrañas conversaciones de ascensor con presencia de globos lila, historias de terror biológico, saludos por la calle que acababan con copa de vino, y  bucles temporales en mi apartamento.

Como este es un blog, ya digo, para hablar de todo, de vez en cuando se me ocurrían cuentecitos, de modo que les hice una sección al efecto y fui poniendo cosas. Alguno fue publicado. Otros no han sido ni leídos. En cierta ocasión me metí en el fregado de una historia por entregas, que por un lado me divirtió, por otro lado me frustró mucho, pero sobre todo me enseñó horrores sobre cómo NO escribir una historia por entregas (o sea, primero hay que escribirla entera y luego publicarla, porque cuando publicas una parte, ya no puedes despublicarla y si luego se te ocurre una trama estupenda ya no la puedes poner).

Cuando terminé mi estancia en Corvallis me dio tiempo a tener vivencias en el dentista, escribir un comic para un tomo sobre el 11-M, renegar sobre cosas de USA (cosa que no he dejado de hacer, todo hay que decirlo), reencontrarme con los placeres del transporte público, cambiar una bombilla o al menos intentarlo, seguir leyendo noticias macabras de arañas, sufrir torturas sin cuento por megafonías navideñas o por bares cercanos, enfrentarme a lo extraño dentro de lo cotidiano, a la falta de plátanos en Canarias, a tener dos encuentros interesantes con cucarachas (este y este), a encontrar inesperados momentos agradabilísimos, tanto en Canarias como en, por ejemplo, León.

Recientemente la frecuencia de mis entradas ha bajado, a veces mucho, porque la vida tiene estas cosas, pero siempre vuelvo, sea para contar vivencias en el tren o para hablar de la ilusión de diseño que tanto despista a los creacionistas. O para suicidarme, homeopáticamente, claro. Porque ya no concibo mi mapa mental sin un blog sobre el que sentirme culpable por no actualizar. De modo que yo me quedo. Vosotros, que habéis tenido la amabilidad de leer, seréis siempre bienvenidos aquí.

NOTA: si vais a los archivos de donde he sacado los enlaces a estas entradas (allá vosotros) veréis muchas entradas desaparecidas, y os llevaréis la impresión de que durante años enteros nadie comentaba las historias. Esto es inexacto, había muchos y buenos comentarios, y muchas más entradas, no necesariamente buenas, pero desde su creación en Blogger y su migración a Blogalia, este blog ha pasado por un par de vicisitudes serias y ha perdido letras por el camino. Pero son cicatrices ganadas en combate, de modo que las he dejado estar, al igual que la pérdida de signos ortográficos, imágenes, y cordura de que hacen gala muchas entradas. Ustedes disculpen.